EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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Entonces ella atropelló:<br />
—Quiero que perdone mis visitas… a "Chasca-Kcoillur". Usted debía saberlo, pero… no<br />
era posible. No puedo explicarlo… Algún día lo sabrá…<br />
—...Olvide eso —interrumpió Delhez —; yo recordaré únicamente las horas buenas.<br />
—Gracias.<br />
—¡Oh!, Entre amigos no se agradece nada. ¡Buen viaje Gyula! Cuando vuelva tráigase un<br />
pura sangre; me dará un "handicap" de distancia y le correré con mi caballito.<br />
A la muchacha se le alteró la voz y desprendiendo la mano bruscamente, despidióse:<br />
—Piense menos en la amiga y algo en la mujer.<br />
Delhez quedó perplejo.<br />
Dos años de labor. Vida campestre. Veintiocho grabados evangélicos. Viaje a La Paz.<br />
Dicen que a cuatro mil metros se resiente el organismo; duele oídos, zumban sienes, se<br />
debilita el corazón; es el "sorojche" o mal de puna, primer tributo que exigen las ciudades altas y<br />
que al decir de los viajeros culmina en La Paz. Pero Delhez no lo sintió, pues su naturaleza robusta<br />
apenas se incomodó con ligera opresión.<br />
El convoy se detuvo en la estación de "El Alto". La Paz se abre en una gran oquedad, al<br />
pie de las tres cúspides del "Illimani". Al descender, se divisa desde el filo de la montaña el paisaje<br />
abrupto, de áspera belleza; contraste fuerte par el que viene de Cocaraya, donde todo habla de<br />
conformación sólida y tranquila. Contemplando la brusca grandeza en movimiento que anima la<br />
hoya paceña, se piensa: he aquí algo adecuado para situar una versión del Génesis.<br />
Se alojó en un hotel modesto. Los auspiciadores de su exposición no daban señales de<br />
vida; y fue necesario esperar quince días antes de obtener los salones del Círculo Militar. Incapaz<br />
de mover los resortes de la diplomacia citadina, Delhez se dejó estar, despreocupado de críticos e<br />
intelectuales, que son los que labran el éxito o fracaso de las exposiciones. Entretanto se dedicó a<br />
pasear la ciudad, admirando vestigios coloniales, la caprichosa topografía y la extrema variedad<br />
visual, factores que hace de La Paz una ciudad de extraña y sugestiva belleza. La Paz tiene dos<br />
almas: una que mira al Occidente, cuyas formas expresivas se concentran en las tres cuadras de la<br />
calle Comercio, evocación en tono menor de la Florida de los porteños; y otra que se remonta a la<br />
mitología andina, al "genius loci" de que habla el pensador Franz Tamayo, imponiendo al hombre y<br />
al paisaje calidad de cosa entrañable, original. El paceño habita dos mundos: el agitado y<br />
centrífugo de la ciudad, sustentado por las fuerzas electro-mecánicas; y el lento y centrípeto de la<br />
tradición milenaria, del panorama indómito que se sustrae victorioso al mandato de la técnica. En el<br />
punto donde confluyen la libre naturaleza y la civilización organizada, crece La Paz con doscientos<br />
mil habitantes, montañas coléricas y quiebras precipitadas.<br />
Septiembre de 1935. En el Círculo Militar de La Paz se abre una exposición de grabados.<br />
Feliz combinación de xilografía y talla en madera, que un crítico belga define con estas<br />
palabras: sin colorido, como por magia, la infinita variedad de seres y paisajes se nos aparece<br />
delante de los ojos, como si el grabador en madera se hubiera hecho pintor, reproduciendo<br />
fielmente la relación de las cosas en el espacio, con sólo el ademán y los medios del dibujo. Lo que<br />
no obtiene el dibujo, lo alcanza el grabado con estos elementos pictóricos: el ensueño, el<br />
sentimiento, el misterio. Esta obra destila profundidades contemplativas.<br />
La exposición se prolongó cerca de un mes.<br />
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