EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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dictaduras. En Egipto la policía victima a los nacionalistas. Millones de sacos de café arrojados al<br />
mar, en el Brasil, para evitar el descenso del precio. Berlín bajó la zarpa comunista. En sólo dos<br />
planas de un periódico, el espejo de la época.<br />
—¿Cómo concebir la quema de trigo o de café cuando hay poblaciones enteras que<br />
perecen de hambre? Los hombres se agrupan en temibles abstracciones: estatismo, dictaduras,<br />
nacionalismo económico. Se destrozan en cruentas guerras civiles. Las aduanas oponen barreras<br />
al intercambio de productos. Políticos y diplomáticos fraguan la madeja de pequeños intereses,<br />
precipitando la guerra al son de la codicia. Hambre. Despotismo. Desocupación. ¿Estaría Zeller en<br />
lo cierto? Los débiles perecen. Los fuertes se levantan y se imponen ¿Cuál es el sentido de las<br />
luchas político-sociales? Satisfacer la vanidad de cuatro alucinados. Oro, solamente oro, para<br />
llegar, individuos y naciones, al poderío. Y el arte, ¿qué resta para el arte en el mundo de la<br />
voracidad? Un plano absolutamente secundario. Bastaba leer los epígrafes: "Valor técnicoindustrial<br />
de la pintura". "El sentido económico del arte". "La vivienda funcional, etc."<br />
El recuerdo de Naveau afluía a su memoria. Revivía las hermosas clases, nítidas como un<br />
paisaje; y escuchaba la voz persuasiva del primer amigo: —Así cayeron Roma y Babilonia,<br />
corrompidas por el becerro de oro, el relajamiento de las costumbres y la quiebra del espíritu…<br />
Delhez creía haber llegado a un límite en su capacidad de asimilar conocimientos. La<br />
peligrosa tendencia generalizadora de la crítica, el exceso de análisis, el escepticismo científico; el<br />
principio de disolución de la escuela divisionista, donde todo se somete al análisis riguroso, a la<br />
mínima investigación, persiguiendo el absurdo de la "cosa en sí". Despojada de significaciones;<br />
todo esto, sumado al estudio abrumador a la filosofía, las investigaciones estéticas, los museos, las<br />
conferencias científicas, etc., se le antojaba un orbe de luz que disolvía el valor propio de las<br />
cosas.<br />
Advertía que el arte como la literatura dejaban de crear valores para tejer variaciones en<br />
torno a motivos accesorios. Los artistas despreciaban la idea en beneficio de la técnica; no<br />
perseguían mensajes, sino efectos de elaboración formal. Pequeñas capacidades mosaicas,<br />
hundían en la fragmentación, haciéndose comprensibles sólo a estrecha minoría, capaz de<br />
seguirlos en la marcha gris y fría de una lógica esclava de sí misma. Comprendía, sin embargo,<br />
que a pesar de su excentricidad y errores, había un heroísmo intelectual en la vanguardia,<br />
esforzándose por insurgir contra el materialismo. Entonces se apiadaba de sí mismo, de los otros,<br />
acercándose al drama; el artista pugna por escapar de la civilización mecánica, buscando nuevas<br />
formas de expresión; pero los instrumentos férreos de la urbe minan lentamente la personalidad<br />
del creador y concluyen entregándolo, indefenso, al imperio violento de la moda, del lucro, del<br />
rastacuerismo de los esnobs. En los gr<strong>andes</strong> centros el artista está perdido; construye para día.<br />
El último ídolo se derrumbó con estrépito, leyendo la crónica judicial de "Le Matín". Se<br />
anunciaba que Picasso había interpuesto demanda por cien mil francos contra dos editores que<br />
pretextando enviar fondos a la madre del artista, a la sazón en España, editaran un álbum de sus<br />
dibujos infantiles, obteniendo pingüe utilidad. Observando la consternación de Delhez, Mr. France<br />
explicó las cosas: Picasso, el bohemio de las "brasseries", el dialéctico de los "ismos", el artista<br />
más espiritual de la vanguardia; españolísimo, dualista, incapaz de establecer armonía entre la<br />
vida interior y la de fuerza y por ello mismo eternamente renovado; el Picasso encantador de boina<br />
vasca, ojos penetrantes, mirada baudeleriana y dicho ingenios, era un excelente burgués, que<br />
tenía casa propia, un lujoso "Renault" y la correspondiente libreta de cheques para satisfacer sus<br />
deseos. Tenía gr<strong>andes</strong> dotes para especular, lo mismo en materia comercial que de propaganda<br />
literaria; por eso se rodeaba de hombres de negocios, artistas y admiradores que servían a sus<br />
fines inconscientemente. Del Picasso de los primeros tiempos, asiduo concurrente "Au Laupín<br />
Agile", donde se iniciara con Apollinaire, Salmón, Carco. Mac-Orlean, en un ambiente de pobreza<br />
que todavía reflejan las fotografías de anteguerra, con la casucha humilde y pintoresca sombreros<br />
de paja; del Picasso netamente bohemio al Picasso afortunado y rentista, había muchos años y<br />
cientos de miles de francos de distancia. "¡El concepto del artista ha variado radicalmente "mon<br />
petit"! —agregaba Mr. France—. Hoy se puede ser excelente administrador de rentas e incluso un<br />
acrecentador de ellas, sin dejar de entretener las horas de ocio con el culto de las artes. Pablo<br />
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