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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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omántico y el gótico, evocaba la grandiosidad de las catedrales galas o el esplendor de los frescos<br />

de Rafael. Los "Mercaderes del Templo" (Plancha 51) circulaban por las arcadas y sus voces<br />

impías pregonaban precios. Delhez veía el trajín de las gentes y su promiscuidad con los animales,<br />

que transitaban libremente por el recinto. De súbito tembló el suelo. Delhez se apartó, aterrado, y<br />

desde un rincón vió entrar al Javeh, mientras resonaba la sentencia bíblica: "Pisa el lagar del vino<br />

del furor" Enarbolando un látigo boliviano, a semejanza de los que usan los indígenas, de tres<br />

venas con nudos, Javeh ahuyentó sin compasión a los profanadores de la Casa del Señor. Era una<br />

fuerza huracanada que barría la inmensidad del pecado. Luz colérica lo ceñía por un flanco,<br />

iluminando la penumbra sinfónica de la catedral. Los mercaderes corrieron a la puerta lejana,<br />

derribando puestos y enseres, apretujándose para escapar al castigo; pero a todos los alcanzaba<br />

el iracundo, con su furia escapada del Antiguo Testamento, cruzando los torsos y sellando las<br />

bocas pecadoras. Cuando el tumulto hubo pasado, quedaron frente a sí, como armonías<br />

contrapuestas, las dos encontradas de la catedral en reposo y Javeh en agitación.<br />

—Castiga la codicia; es el justiciero.<br />

Delhez abandonó la catedral, saliendo a un claro que se abría al pie de una colina. Oyó un<br />

clamoreo, siguió avanzando y se encontró sobre una azotea, que daba sobre un patio lleno de<br />

gentes. Desde la azotea, dos esclavos bajaban al "Paralítico" (Plancha 52) por medio de cuerdas,<br />

en tanto que una mujer, a gr<strong>andes</strong> voces, dirigía la maniobra. En el patio, tres figuras<br />

estereotipadas simbolizaban la inmovilidad del Antiguo Testamento: las de los extremos usaban<br />

sólo la diestra y la siniestra, respectivamente, como si los tres cuerpos fuesen uno solo. Frente a<br />

ellas, la Figura Blanca reaparecía apoyando la mano en la cabeza de un niño. Entre los<br />

espectadores, rostros familiares evocaban a Leonardo, Anatole France e Irigoyen, el político<br />

argentino, introduciendo la anécdota histórica a la escena. Grande muchedumbre se tendía del<br />

patio a la llanura, esperando el momento de poder acercarse al hacedor de milagros. De las<br />

cuatros figuras centrales —el paralítico, los esclavos y la mujer sobre la azotea— se desprendía un<br />

hálito de pavor. La postura contorsionada, la singularidad de los movimientos, recordaban los<br />

trucos anatómicos del Tintoretto. "Son figuras de pesadilla" — se dijo Delhez— debo estar<br />

soñando… "Y sin esperar el milagro se alejó del lugar.<br />

A fines de 1936 Delhez realizó una jira por Sucre, Potosí y La Paz, exponiendo nuevas<br />

ilustraciones evangélicas y un conjunto de veinte grabados para los "Cuentos de un Soñador", de<br />

Lord Dunsany.<br />

No tuvo el éxito de la primera vez. Los bolivianos se entregaban con vehemencia a<br />

cuestiones sociales; no había cabida para el arte. Aun con amigos y admiradores la discusión se<br />

tornaba violenta, polarizándose en torno al conflicto de fascismo y comunismo. La víspera de<br />

clausurar la exposición encontró la tarjeta de un norteamericano sobre veinte grabados; era un<br />

entendido, que deseaba obsequiar a un museo de Washington sus trabajos; y fue su inesperada<br />

ayuda la que evitó el desastre financiero.<br />

—¿Por qué no te quedas en La Paz?<br />

—Imposible; me anularía.<br />

—La Paz no es una urbe.<br />

—Numéricamente. Necesita más población, edificios más altos, tráfico más intenso, mayor<br />

superficie habitable, más fábricas y máquinas, mayor mezcla de razas; pero en lo esencial es ya el<br />

nacimiento de una urbe.<br />

—Nosotros dependemos sólo en parte del influjo europeo.<br />

—De ser únicamente crisis mental, habría salvación. Lo grave es que, reduciendo las<br />

proporciones, en La Paz renace el drama de Londres, París o Buenos Aires: la esclavitud del<br />

espíritu a la materia; un mercantilismo repugnante; indiferencia por la construcción interior y<br />

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