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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Poco antes de reiniciar las ilustraciones evangélicas, ocurrió un episodio cómico:<br />

Ernalsteen y Delhez fueron denunciados como falsificadores de moneda. La policía, desentendida<br />

del espionaje bélico, daba pábulo a cualquiera denuncia por absurda que fuese. La casa hacienda<br />

de Cocaraya y "Chasca-kcoillur" fueron minuciosamente registradas. Tres días después<br />

comisionado policial regresaba a presentar excusas: había sido un sensible error.<br />

Delhez escribió a La Paz, narrando el incidente. La respuesta vino concebida así:<br />

"No es extraño lo que cuentas. Hoy piensa y manda el dinero. ¿Cómo creer que te recluyes<br />

para grabar? Después de la guerra ha cundido una avidez de dinero; los campesinos abandonan<br />

sus tierras para vagar en las ciudades; los pobres se vuelven ricos; la especulación quita el sueño<br />

a los que tienen y a los que no tienen. ¿Por qué culpar al cándido que te denunció? Vives fuera de<br />

la época y es harto simbólico que te tomen por monedero falso…"<br />

Leí en una novela; cuando uno se encuentra conmovido hasta el fondo del alma, encuentra<br />

la realidad en el mundo irreal. Por el momento, mi verdadero mundo es el de mi alma que se refleja<br />

en la novela que escribo. El mundo exterior puede ser, a lo sumo, soportado. No es verdadero ni lo<br />

es tampoco la vida exterior.<br />

Esas palabras le hacían pensar que Cocaraya solo había servido como punto de referencia<br />

a sus ilustraciones; que la naturaleza brotaba en sus grabados saliendo de un mundo nuevo, del<br />

modo como Claudio de Lorena vuelve a crear los árboles a través del paisaje, o como Leonardo<br />

transfigura el valle del Arno, por vapores lejanías, sólo vistas por ojos del espíritu; lejanías que son,<br />

en verdad, simples variaciones de sus sueños de artista. Otras veces creía ser un suscitador de<br />

criaturas ideales, al observar la fuerte espiritualidad que emanaban sus figuras. "Esto debe ser<br />

nuevo —pensaba Delhez—; son seres que conocí o soñé, sin tomarlos de otro".<br />

En cambio se encolerizaba al saber que algún crítico desaprensivo lo comparaba con Doré.<br />

¿Cómo así? Técnicamente Doré es un neoclásico. Su composición céntrica, horizontal o<br />

vertical, en forma de mancha o diagonal, no se manifiesta nunca bajo el doble aspecto pluricentral<br />

o acumulativo del gótico. Los grabados delhezianos son de composición acumulativa (El Sermón<br />

de la Montaña); constelar (Degollación de los Inocentes, con un centro solar y varios planetarios);<br />

pluricentral (Jesús y los Enfermos); o doblemente acumulativo (Cristo Victorioso), donde una línea<br />

corre en medio de la página cortando las dos composiciones, plásticamente equivalentes, pero en<br />

realidad distintas, lo que constituye un deliberado error vertiginoso contra la manera clásica. Y<br />

aquello de edificar una catedral aplastadora sobre un paisaje concebido como diáfano… Y la<br />

simultaneidad de paisajes… ¿Puede haber, en todo esto, la medida de un neoclásico? En cuanto<br />

al sentido, no hay dos "maneras" más opuestas. Doré tiene el vuelo imaginativo de un niño,<br />

prodigiosamente rico para creaciones de ensueño; sus grabados quedan siempre en lo fresco<br />

infantil, límite donde se funden lo real y lo fabuloso: mito, cuento, leyenda. Las maderas<br />

delhezianas, en cambio, provienen de un largo y doloroso padecer; de la madurez consciente del<br />

espíritu. No son la voz del poeta que canta sin esfuerzo, sino el lenguaje moroso del crítico de<br />

civilizaciones que hace su camino paso a paso, viviendo y padeciendo cada ser, cada objeto, cada<br />

paisaje. Doré inventa. Delhez conoce. Aquél flota en una superficie mística. Éste trabaja desde un<br />

fondo subterráneo, donde lo humano jamás se aniquila para dar paso a lo irreal.<br />

"Días de Ocio en el País del Yann" (Plancha 2) fue construído con acordes titánicos.<br />

Bloque veteados, de mármol, anuncian la ciudad futura, con rascacielos veinte veces más altos<br />

que los de Nueva York. Árboles extensas y sombrías del trópico sugieres la noche de una romanza<br />

de Schumann. Es el paisaje faústico del hipercivilizado, que se nutre de épica grandeza y<br />

atormentado dolor.<br />

"Carcassone" (Plancha 3), la ciudad desconocida e inexpugnable, recuerda la "Torre de<br />

Babel" de Peter Brueghel. La excesiva finura de matices amenaza rebasar los límites puramente<br />

xilográficos. Es el grabado de la cantidad: ejército de nubes, ejército de templos y castillos, ejército<br />

de árboles.<br />

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