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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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el Predicador se esfuman como el recuerdo impreciso de un sueño más fuertes que la razón<br />

humana.<br />

—Es el Redentor…<br />

Alejándose de la playa se internó por el bosque, hasta dar con una peña envuelta por<br />

frondosa vegetación. Muchedumbre de gentes poblaba el lugar: unos mirando a lo alto; otros<br />

gacha la cabeza; sobre una pared o encaramados en la peña. Oían con atención. Hombre y<br />

naturaleza se acercaban con soltura, al punto que ciertas figuras surgían como entrelazadas con la<br />

vegetación. Sobre la peña cimera, entre la adustez de arbustos quebrados, brotó la Figura Blanca,<br />

diminuta, apenas sugerida; y su presencia señoreaba el cielo, la roca, el bosque tupido. El "<br />

Sermón de la Montaña" (Plancha 48) caía sobre las gentes que arrepentidas de sus yerros,<br />

escuchaban humildemente, esparcidas en el seno de la naturaleza misericordiosa. Era un lugar<br />

agreste, en el corazón del Cocaraya, que Delhez recordaba haber visitado sin compañía de gentes.<br />

Cuando la Figura Blanca enmudeció, un aura de paz bajaba de la cima y rompiendo voces por la<br />

fronda:<br />

—¡Un sabio!… ¡Un sabio!…<br />

Gira el paisaje. Por la planicie tropezó con un hombre arrodillado ante la Figura Blanca. El<br />

hacedor de milagros combate la lepra, llegando al paraje con el mismo ritmo que parte su enemiga.<br />

No era un mago poderoso, sino una triste y alta silueta, en posición dolorida, cuya mano se teñía<br />

de negro absorbiendo la lepra y los pecados. La figura familiar, por una suerte de absorción divina,<br />

al librar a enfermos y posesos, se vuelca una carga más sobre los hombros. El leproso se frotó los<br />

brazos desnudos; de su cuerpo brotó una sombra espantable, que asomaba el ojo maligno por<br />

negras envolturas. ¿De dónde surge la horrenda imagen? Delhez se angustiaba viéndola oscilar<br />

entre la sombra y la apariencia corpórea. ¿Cómo representar su presencia fatídica? Huía como un<br />

viento, inasible al tacto, envuelto en tétricos presagios, para tornar a lo incognoscible, dejando sólo<br />

el trance de horror de su mirada. La Figura Blanca permaneció inmóvil, aumentando un milagro<br />

más a la carga que llevaría hasta la Cruz. Y mientras la "Curación del Leproso" (Plancha 49)<br />

ascendía un alma al júbilo celeste, Delhez asistió al sufrimiento del libertador, agobiado por oscura<br />

y pesada tristeza.<br />

—Es un santo —dijo un niño—. Y otros sonrieron, incrédulos, mirando la parte equívoca,<br />

puramente física o racional del milagro.<br />

Delhez rumbeó a la cordillera. Al fondo emergían los picos del "Tunari" y del "Cuchillani".<br />

Se aproximó a un claro que remataba en un montículo de arena. De la construcción pétrea, con<br />

sólo puerta y ventana, sale la Figura Blanca, seguida por tres hombres; ellos quedan en el umbral y<br />

Él se apoya en el muro. Una mujer, sollozante, alcanza la criatura enferma. El hombre de la túnica<br />

tiende la mano y sin rozar la piel despierta alegría en el niño. Entonces la mujer se retiró<br />

conmovida y avanzaron cojos, mutilados, ciegos y tullidos. Y subían por la loma pacientes en<br />

camilla; y sombras aventadas de la noche del dolor; y a todos calmaba la Figura Blanca. La<br />

"Curación de los Enfermos" (Plancha 50) transcurre en un paisaje apacible, de solemne belleza,<br />

contrapesando el dolor activo de las gentes con la quieta armonía del crepúsculo.<br />

—Salva los cuerpos y las almas.<br />

Iba por el monte, quebrando ramas y aplastando yerbas, ansioso de volver a "Chasca-<br />

Kcoillor"; pero un viento extraño sopló ante sus ojos y perdió el sendero. A poco andar dio de<br />

bruces contra un árbol, sorprendiéndose al sentir la corteza dura y fría majo su mano. Tocó otros<br />

árboles: la misma sensación de dureza y frialdad, cual si fueran cuerpos minerales. Alzó la vista y a<br />

través de la oscuridad comenzó a distinguir el ramaje altísimo que se curvaba hasta cerrarse en<br />

bóveda perfecta; y los árboles eran columnas petrificadas; y la bóveda pétrea también, con<br />

nervaturas salientes. Al fondo brotaron dos haces de luz; de la izquierda surgió una claridad<br />

misteriosa. El eco de las voces rebotaba entre los muros. Entonces cayó en cuenta que estaba en<br />

una catedral. La nave del centro, de perspectiva agobiadora, convergía sus líneas hacia el fondo<br />

sin perder limpieza, pese al agolpamiento de pilares, arcos y columnas; transición entre el<br />

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