EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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—Ya lo he sido.<br />
—Además tú eres lo estable, sabes donde vas. Yo ignoro lo que soy y cómo viviré mañana.<br />
—Siempre tan niño… ¿A qué explicarme lo que sé?<br />
—Este… No puede ser de otro modo…<br />
—Comprendo.<br />
—Adiós Ana María…<br />
—Adiós…<br />
Volvió a hacer el trayecto, sin la presencia tibia de la mujer que ya no encontraría. Tuvo el<br />
presentimiento de lago distante, que llegaría a su hora con la soledad y el abandono. Y también<br />
surgió la idea del hogar penosamente sostenido, donde todo se complica para el padre de familia.<br />
"No… mejor la libertad". Niño… siempre tan niño…<br />
"El Monje Malo" (Plancha 10) ensaya posturas cabalísticas en su celda. Del dintel de la<br />
puerta fluyen dardos de luz, que iluminan una cruz ferrada. El suelo está lleno de dibujos<br />
caprichosos recordando las caligrafías de vanguardia. El revolucionario que hay en este ilustrador<br />
de Baudelaire, vibra en la figura del Monje Malo, huso terminado abajo en pies huesosos,<br />
excesivamente distantes; y arriba en masa ovoide formada por los brazos y la cabeza. Un rosario,<br />
de cruz rota, prende su larga túnica. Es el capricho modernista, que atropella plástica y<br />
perspectiva.<br />
"Sepultura". (Plancha 15). Una gran cruz blanca se curva hacia atrás, entre el concierto de<br />
brujas macabras y aullidos de lobos sibilinos. La serpiente asciende por la cruz, alza su cabeza<br />
aplastada y se suma al coro de los agrios compañeros. Por el cielo millares de luces minúsculas,<br />
estrellas que fingen crucecillas, simbolizan la redención del alma purificada por el dolor. La cruz<br />
resalta sobre el fondo oscuro del cuadro, los lobos y las brujas. Además de su valor plástico,<br />
acentuado por la maestría del escorzo, posee un contenido espiritual de viva sugestión: a los ojos<br />
de Baudelaire el horror del pecado florece junto al arrepentimiento. Sepultura de un poeta<br />
maldito… He aquí el sepulcro acechado por los vicios, que defiende victoriosamente la pureza<br />
inviolada de la Cruz, cifra y misterio de la religión de Cristo. Algunos siglos atrás… ¿No habría sido,<br />
Baudelaire, un santo medieval?<br />
"Don Juan en los Infiernos" (Plancha 12). El seductor yergue la silueta gigantesca en<br />
primer plano, casi a la altura toral del cuadro. Se apoya, encorvado, sobre la triunfadora espada; y<br />
es sombrío, porque carga el peso de los remordimientos. Doña Elvira se espirita a su lado. Un viejo<br />
barqueo impulsa los remos. Fondo de pesadilla, por donde se vierten aguas misteriosas y corren<br />
cuerpos desnudos. ¿No ha dicho Poe que no hay belleza exquisita sin algo de extraño en las<br />
proporciones? Estas siluetas arbitrarias de la pareja romántica lo confirman. Don Juan tiende al<br />
mineral, duro y compacto. Doña Elvira declina al infusorio, blando y vibrátil. Figuras<br />
representativas, trasladan la anécdota humana a la biología.<br />
"La Negación de San Pedro" (Plancha 20). Un Jehová sentado y adusto, hace la parte<br />
decorativa del grabado. Tres gallos diminutos aluden a las negaciones del apóstol. Otras alusiones<br />
sintéticas marcan el trance de la Pasión. Ángeles estilizados mecen el aire. En el ángulo inferior<br />
derecho, dos larvas blancas: el Cristo en los Olivos y en marcha hace el Calvario. Al fondo un<br />
pequeño montículo y las tres cruces. Pero todo esto sería accesorio, si no fuera el San Pedro de<br />
magnífica presencia, cuyo gigantismo expresa la masa sombría de la flaqueza humana. En el vuelo<br />
inspirativo del gótico tardío, que acrece figuras y rompe proporciones para acentuar su fuerza.<br />
"El Viaje" (Plancha 24). Un velero surca las olas en escorzo atrevido. El mar se abre a su<br />
paso, tornándose venoso. A proa la Muerte, capitana del barco de la Vida, guía al peregrino que<br />
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