EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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Delhez escuchaba la pugna; Hoffner y Seuphor no se hacían concesiones; ambos lo<br />
querían para sí. ¿Clasicismo o vanguardia? Era tan difícil retroceder al primero como afirmarse en<br />
el segundo.<br />
Pensaba en Fl<strong>andes</strong>, donde reina el frío tres cuartas partes del año, con lluvia y bruma;<br />
donde ninguna exuberancia vital turba el profundo y tranquilo misticismo de una raza robusta. Allí<br />
la abnegación de la materia es considerable, porque la facilidad sólo se adquiere por combate y<br />
pena constantes; las leyes parcelan la propiedad, pero no pueden dividir la labor que pesa sobre<br />
cada metro de tierra. En París la naturaleza simplificó la obra del hombre; todo es claro: calles,<br />
jardines, gentes. Hay amplitud, aunque no faltan junto a las gr<strong>andes</strong> avenidas callejones tortuosos.<br />
Hombre y paisaje viven al unísono, con menos profundidad pero en mayor equilibrio. La intensa<br />
actividad mental agilita el pensamiento y afina el gusto. Mas la excesiva luz paraliza la voluntad.<br />
Entonces, como reacción contra la inusitada claridad de Francia, volvía su Fl<strong>andes</strong> brumoso, con el<br />
sordo combate interno del nórdico, que siempre tiende al claroscuro porque lo lleva dentro, como<br />
una necesidad biológica de su raza.<br />
De esa confrontación continua entre la claridad meridional y el septentrión, sobrevino el<br />
conocimiento de su propia ruta.<br />
Contemplaba el "Almuerzo en el Jardín", admirando la infinita delicadeza con que Renoir<br />
ha tratado la piel, la expresión de los rostros, los matices vagarosos del color, cuando creyó<br />
comprender la verdad: jamás alcanzaría la claridad latina del color; esa sutileza de la luz; la<br />
armonía plástica y de expresión que italianos y franceses cultivan como esencia de su ser.<br />
Después de tres años de penosa labor, renegó de la pintura, decidiendo abrazar la xilografía; en<br />
ella el dibujante debe luchar directamente contra la resistencia de una superficie hostil, que obliga<br />
a practicar un arte directo, sin trucos ni recursos. El grabado en madera es en cierto modo de la<br />
sombra y esto acabó por definir su elección; un nórdico no puede trabajar a plena luz.<br />
—Es lo mejor que podías hacer — expresó Mr. France —. La xilografía es nueva dentro del<br />
arte; en la pintura no queda nada por inventar.<br />
Conforme penetraba en los estudios y en los cafés, Delhez iba descubriendo la miseria de<br />
los artistas. ¡Artistas! Con razón se emplea despectivamente el vocablo…<br />
Los discípulos despedazaban a los maestros, sacando a relucir cosas de su vida privada.<br />
El hombre de talento, como Picasso, era calificado de "poseur". Los disciplinados o austeros,<br />
pasaban por locos. El que tenía recursos era un rastacuero. Al pobre se lo despreciaba por mísero.<br />
Aparecía una pequeña obra maestra y al punto voces malignas trituraban al creador. Entre críticos<br />
nunca andaban de acuerdo. Sorda excitación bullía en el subsuelo de los barrios bohemios,<br />
arrojando a uno contra todos, como si el despedazamiento general pudiera impedir el ascenso de<br />
cualquiera. El intelectual o el artista, por sus dotes imaginativa, posee mayor capacidad para la<br />
intriga. Claro que todos cubrían piadosamente las miserias de trasfondo; peor rostros ceñudos y<br />
voces agrias hablaban del drama numeroso de los artistas pobres. Delhez se estremecía pensando<br />
que él mismo podía terminar así, parásito nutriéndose de los despojos de los gr<strong>andes</strong> o envidiosos<br />
obstinado en impedir el triunfo de los otros.<br />
La crisis financiera estrechaba los recursos. Un artista cambió heroicamente, en plena vía,<br />
dos telas cubistas por un sombrero, panes y un trozo de carne; el "cambio por especies" cundió<br />
con rapidez. A espaldas de la policía que cortaba las transacciones, los barrios bajos se poblaban<br />
de artistas oscuros que no vacilaban en convertir esculturas, cuadros o manuscritos en víveres y<br />
prendas de vestir; los náufragos del arte al servicio de un patán cualquiera. En los puestos<br />
ambulantes del Quai Voltaire, contemplaron la venta de libros al peso, como cualquiera<br />
mercadería; colocaban montones de libros en la balanza… y a cuarenta ¡sous! el kilo. He ahí los<br />
extremos de la civilización a pocos metros bulevares magníficos donde se controla la industria, el<br />
comercio y el lujo, mientras los artistas urgidos por el hambre, rebajan su obra y los escritores<br />
comercian su talento a tanto por unidad de peso.<br />
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