EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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comunicándonos con la totalidad del planeta. ¿Vivieron con tal intensidad nuestros abuelos? Y<br />
nuestros padres ¿conocieron el placer de variar de un paisaje a otro, abarcando la inmensidad del<br />
orbe geográfico y la sucesión vertiginosa de los hechos?<br />
—Eso no es conocer; apenas rozar la superficie. Nada sabemos de Australia, china, o las<br />
costas del Pacífico. Ver no es conocer. Un aldeano del Tirol, sin moverse de su aldea, conoce su<br />
medio mejor que el viajero cosmopolita, que rodando de puerto en puerto ignora el alma regional,<br />
el "genius locis" de los lugares que visita.<br />
—No sólo en lo biológico y mecánico reside la grandeza de nuestra civilización. ¿Puede<br />
medirse la maravilla del gramófono, que pone el arte sublime de Mozart al alcance de una criatura?<br />
¿Qué conquista de la antigüedad se equipara al cine, que nos da gráficamente la imagen del<br />
mundo, sus pobladores y costumbres, reconstruyendo el pasado? La cultura, patrimonio de<br />
príncipes y sacerdotes, se acerca hoy al hombre, por el libro, desde infancia. La telegrafía sin hilos<br />
salva todos los años millares de náufragos. La radiofonía aproxima las voces. La televisión<br />
acercará las imágenes. ¿Se puede desear más? ¿No estamos todos más cerca unos de otros?<br />
¿No es estupendo vivir una época que se extiende sin límites?<br />
—¡Y no lleva a ninguna parte!<br />
—¿Por qué no? Cualquier camino tiene término. Lo único que la época nos exige es<br />
fortaleza de alma y nervios bien templados. Toda conquista supone esfuerzos. No disfrutaríamos<br />
las maravillas de este universo portentoso, si millares de sabios, estadistas y genios creadores no<br />
hubiesen fabricado con abnegación la materia flexible que nos circunda. La humanidad construye<br />
pacientemente sus instrumentos, para libertar a los más por el sacrificio de los menos.<br />
—Toda civilización es una esclavitud. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con el automóvil? Nada se<br />
ha ganado con meter dentro del motor los caballos que estaban afuera. El auto encadena a su<br />
dueño, quien debe mantener, alimentar y reparar la máquina prodigándose tiernos cuidados. Por él<br />
abandonamos la saludable caminata para sentarnos estúpidamente y rodar de un lado a otro, entre<br />
ruido de bocinas, crujir de engranajes y el desagradable olor a nafta. El paisaje desfila a gran<br />
velocidad ante el automovilista, que nada puede ver porque está encerrado en su cárcel rodante.<br />
—El auto es una conquista inapreciable. Acorta el tiempo reduce distancias, entretiene la<br />
imaginación…<br />
—… ¿Para qué acorta usted el tiempo, reduce distancias y entretiene la imaginación? Esa<br />
serie de movimientos infinitamente repetidos, con la práctica se vuelven automáticos poniéndose al<br />
servicio de banales fines de diversión. Dentro del auto trabajan nervios, músculos, pies y brazos;<br />
el espíritu permanece al margen, intacto, lejos de la marcha sin fin.<br />
—¿Quién negará la utilidad del camión, que acerca ciudades, impulsa la industria y<br />
moviliza gr<strong>andes</strong> masas?<br />
—Es la excepción.<br />
—El perfeccionamiento técnico es obra de conjunto que opera por mil medios simultáneos,<br />
asegurando al hombre el dominio creciente de las fuerzas naturales…<br />
—…esa misma técnica apareja nuevas dificultades y desgracias. Ciencia y organización<br />
son impotentes para evitar guerras, desocupación y miseria; antes bien: el excesivo desarrollo de<br />
las fuerzas mecánicas origina la dictadura que oprime al individuo; por sólo esto hay que renegar<br />
de la civilización.<br />
—¿Cómo creéis, entonces en el arte moderno?<br />
—Por que es la evasión a la tiranía del contorno que nos transforma en máquina. Nuestras<br />
casas se levantan con uniformidad de hospitales; la arquitectura, si no viene revestida por<br />
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