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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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que corre sin obstáculos. Al fondo, la cordillera eslabona sus crestas obre el silencio de los azules<br />

ventisqueros. El Ande boliviano es una revelación, apenas entrevista en el tránsito a las ciudades<br />

que se descuelgan de las altas mesetas.<br />

El convoy se detuvo en Oruro, ciudad industrial que rompe la monotonía de la pampa. Al<br />

día siguiente reanudaron la marcha, ingresando después al valle de Cochabamba. Cerca del<br />

mediodía bajaron en Suticollo, pequeño villorrio próximo a la capital.<br />

—Mañana vendrán los arrieros a recoger el equipaje —dijo Ernalsteen.<br />

En sendos caballejos cubrieron las pocas leguas que median de Suticollo a Cocaraya.<br />

El paisaje cochabambino es de sólida organización. Posee variedad sin fin. Un equilibrio<br />

grandioso que invita a la contemplación religiosa. Su campiña brinda una gama inédita de<br />

sensaciones; desde lo pintoresco hasta lo más hondamente expresivo; desde la dulzura hasta el<br />

poder. Temperatura agradable. Soledad de gentes poblada de cosas naturales. Las huertas<br />

rebosan de flores y frutos. En Cocaraya, la finca de Ernalsteen, se acentuaba el equilibrio de la<br />

naturaleza.<br />

Delhez descendió del caballo y tomando asiento en un poyo de barro, estuvo una larga<br />

hora gozando el placer indescriptible de su nueva morada.<br />

—¿No viene gente por aquí?<br />

—Nadie. Estoy solo; dos mujeres hacen la servidumbre y los peones trabajan en los<br />

sembradíos. Aquí no llegan visitas.<br />

Ernalsteen le ofreció la mejor pieza de la casa de hacienda; eran todas habitaciones de<br />

techo de bajo y tosco piso de madera. Muebles rústicos, construídos con árboles de la finca,<br />

constituían el equipo de la casa. Todo hablaba de pobreza y sencillez.<br />

Por la ventana entreabierta subía el canto de los grillos y el aroma silvestre del jardín. La<br />

faz redonda de la luna brotaba a un paso, como pegada a la ventana, bañando en tibia claridad el<br />

lecho. Ningún ruido incómodo, nada que recuerde la persistencia zumbante del motor. ¿Se siente<br />

vivir la vida? Sí; se siente vivir la vida en la calma silenciosa de la noche campestre. "¡Es la<br />

libertad!"<br />

La primera mañana fue un descubrimiento. Conocía las descripciones de los cronistas<br />

sobre el legendario valle de Sarón, representándose así objetivamente esa parte de la llanura<br />

palestina donde transcurriera la Pasión del Cristo: valle extenso, de superficie ligeramente<br />

ondulada, don suaves lomas de encinas que dan apariencia de un hermoso y dilatado parque. El<br />

río se abre en brazos numerosos y vuelve a unir el haz de sus aguas. Los rosales florecen con<br />

ímpetu estallante. Y un clima templado, que linda en lo cálido sin sofocar. Cocaraya ofrece<br />

asombroso parecido con la tierra santa: valle abierto y plácido. Pequeñas colinas, bosquecillos<br />

diseminados por las lomas. Montes bajos en el horizonte. Rica vegetación. Surcos de agua por la<br />

tierra. Cielo claro y tonalidades policromas en los cerros. Huertas, árboles y flores se combinan con<br />

gracia natural. Cocaraya es un paisaje bíblico; belleza fuerte, sin brutalidad; suave, sin empalago.<br />

De cuando en cuando cruza un "quéchua", con su indumentaria típica que lo separa del europeo.<br />

Entonces se bendice al dios que forjó este lugar benigno, poblado por seres extraños que hablan<br />

un idioma desconocido y poseen costumbres propias ajenas al blanco.<br />

Entusiasmado, Delhez escribe a Buenos Aires: "Estoy decidido a terminar en Cocaraya mis<br />

ochenta ilustraciones al Evangelio. ¡Qué lugar más adecuado! Tranquilidad, honda belleza… ¡Éste<br />

debe ser el valle más hermoso del mundo! …"<br />

Se sentía fisiológicamente feliz, absorbiendo el ritmo lento de Cocaraya, que le traía el<br />

recuerdo de su infancia en la llanura de Malinas, no por analogía de paisaje —eran, más bien,<br />

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