EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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estéticas del lente fotográfico. Liquidó todo lo expuesto, siendo imitado por fotógrafos hábiles que<br />
aplicaron su enseñanza a fines de propaganda comercial. Víctor Delhez fue celebrado por los<br />
efectos que obtuviera al enfocar objetos corrientes desde ángulos inesperados; y sus fotogramas<br />
ocuparon algún tiempo a la prensa, que recibió con interés la tentativa. Un vespertino le pidió que<br />
sintetizara sus ideas, a lo cual accedió en esta forma: "La buena máquina fotográfica es un ojo<br />
magnífico que nunca se equivoca ni quiere engañar. Está dotado de psicología robusta y sincera,<br />
de una sola pieza, donde actúan correctamente todos los elementos físicos que la constituyen. Es,<br />
entre otras cosas, un buen detective. Cuando interpreta lo hace por leyes inamovibles, que pueden<br />
conducir a resultados infinitamente variables. Los fotogramas son el primitivismo inconsciente del<br />
arte fotográfico".<br />
La exposición, iniciada en broma con el propósito de dar un mal rato a cierto fotófobo,<br />
resultó un éxito ensanchando considerablemente el círculo de relaciones del flamenco.<br />
"El arte es un juego"… ¿Quién lo afirmaba? Picasso, Tzara, Picabia… Sí; el arte es,<br />
ciertamente, distracción inofensiva; de ella nacen los fotogramas, que después de entretener<br />
algunos días el ambiente sólo sirven para estimular la propaganda comercial en las revistas.<br />
Alguien escribió que los fotogramas de Delhez eran interesantísimos, por haber demostrado que si<br />
la fotografía no es un arte en sí, puede dignificar su condición mediante recursos insospechados de<br />
belleza plástica. Dáneo lo llamó "hijo descarriado de la vanguardia". Otro lanzó una frase: Delhez<br />
es un revolucionario; hace super-realismo en la fotografía.<br />
Poco tiempo después una revista le pidió ideas sobre el modernista. Delhez respondió con<br />
un boceto psicológico-analítico que decía: el modernista tiene en el cerebro la mano y en la mano<br />
el cerebro. Prefiere la torpeza aparente a la habilidad adquirida. Le gusta el quebrado del<br />
intelectualismo más que la curva de la tradición sentimental. Sus creaciones viven por la vida<br />
cerebral de sus admiradores. Su obra puede ser religiosa, sin que él sea religioso. Él puede ser<br />
católico y su obra una blasfemia a su obra y él cristianos y hereje, etc., etc.<br />
A raíz de la exposición y sus artículos, que acaso gustarán por el tono humorístico, Delhez<br />
abandonó el profesorado dedicándose a ilustrar revistas y escribir crónicas que se le retribuía con<br />
amplitud.<br />
—¿De qué se ocupa usted?<br />
—¡Psh! Casi nada… Hago retratos, estilizo paisajes, me divierto con la fotografía, ilustro<br />
cuentos. Ahora estoy metido a comentarios de arte.<br />
—¿Y esto no le satisface?<br />
—Este… Sí … No … Claro, claro que me satisface, aunque no del todo.<br />
—¿Entonces por qué pierde el tiempo en malabares?<br />
—¡Mil diablos! ¿Y a usted qué le importa? Pueden ser malabares, pero me ocupan el día y<br />
eso basta.<br />
Conforme descubría otras zonas de la sociedad, tropezaba con gentes que le daban la<br />
impresión de antiguos conocidos. "El mundo es siempre el mismo —decía Dáneo—; el material<br />
humano invariable". Y en efecto, aparecían seres indolentes, con su vanidad, su ambición, su<br />
envidia, su poder intrigante, su doblez, su estrechez de espíritu; como surgían también artistas<br />
sinceros, buenos críticos, amigos generosos, de fino discernimiento. Nadie supera a los porteños<br />
en el culto a la amistad y el manejo de la ironía, la "cachada" criolla, flor de optimismo que<br />
aproxima corazones. Pero también aquí surgen las discusiones, servidumbre necesaria del<br />
civilizado.<br />
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