EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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cuadro; los colores adquirían tonalidades vivas; y esto se obtenía cambiando simplemente la<br />
colocación del espectador.<br />
—Sí… Mas ¿cómo debe colocarse uno frente a un cuadro? Todo depende de quien mira y<br />
cómo mira.<br />
Pasaban a otra sala. Hoffner lo obligaba a entrar de espaldas al recinto y bruscamente lo<br />
ponía vista al lienzo; ¡qué sensación! Era un cuadro de visión relampagueante. Miraban las<br />
estatuas de pie, sentados, al sesgo, en cuclillas como si la visión dependiera de una estrecha<br />
relación entre el espectador y la cosa inanimada. Hoffner poseía nociones sobre distancia, tiempo,<br />
volumen de los cuerpos, distribución de luz y hora en que debía contemplarse cada obra. El<br />
cansancio de la plástica tradicional y la pasión de la novedad que arrojara a Delhez en brazos de la<br />
vanguardia, se tambaleaban al escuchar la voz del rumano:<br />
—La pintura no es sólo visión; hay que penetrarla con el entendimiento, gozarla con la<br />
sensibilidad. Ticiano, Rafael, el Vinci… ¡magos! ¿Cuál más grande? La grandeza no es el<br />
torbellino, sinó la fuerza que reprime. Miguel Ángel raya en la violencia; deslumbra pero no cautiva.<br />
Rafael, en cambio, es el Señor; es fuerte, no desmedido, y su gracia es el secreto de su fuerza; lo<br />
delicado y sutil en su obra, posee más salud e intensidad que todo el poderío acumulado en las<br />
figuras del Bounarrotti. La finura extrema de Outamaro oculta más fuerza expresiva que la línea<br />
plena de Ribalta. El esplendor del Veronés, cuestión de luces. La diafanidad del Perugino o de<br />
Bellini, limpidez de alma. Poussin transforma el realismo sorprendente de Velázquez en pura<br />
idealidad; paisajes, figuras que nacen de la tierra y apuntan a otros mundos. El rococó de<br />
Fragonard o de Boucher; deliciosos, pero no seducen. La sensualidad del Corregio, madurez frutal.<br />
¿Carpaccio? Poesía. ¿Tiépolo? Fausto. ¿Carot? Música. ¡Qué transición umbroso de Claudio de<br />
Lorena! ¡Qué acerbo misticismo en las figuras del Giotto y qué climas de ternura en las vírgenes<br />
estáticas del divino Sandro!<br />
Delhez escuchaba al rumano, que se transfiguraba junto a los cuadros. En los cafés era<br />
otro; un hombre corriente, que no perdía la mesura en lo más enconado de la discusión. Pero aquí<br />
se transformaba en un torrente lírico, como si olvidado del mundo sólo existiera para elogiar obras<br />
maestras; su frente poderosa se animaba de nobleza; los ojos le brillaban de entusiasmo. Salían al<br />
bulevar y Hoffner se convertía otra vez en un ser tranquilo, de palabra apagada y presencia vulgar.<br />
En el "Vikings", un café próximo al bulevar Montparnasse, todo enchapado en madera, que<br />
evocaba con su rusticidad las construcciones de Fl<strong>andes</strong>, hubieron largas discusiones entre<br />
Hoffner, rotundamente clásico, y Seuphor, irreductiblemente revolucionario, Delhez gustaba el<br />
contacto con gentes de su raza; mujeres rubias, de ojos azules; hombres secos y tranquilos<br />
fumando en pipas toscas. El nórdico es cerrado y respeta el aislamiento; por eso iban al "Vikings",<br />
donde podían discutir con libertad. Seuphor y Delhez defendían las posiciones de vanguardia;<br />
Hoffner y Mr. France la tradición, aunque a veces el último desertaba pasándose a los<br />
revolucionarios.<br />
—Las cuadrigas de los "ismos" atruenan los caminos.<br />
—¡Espantosa metáfora!<br />
—La verdad nunca es espantable. ¡Deshumanicemos el arte! Evitemos formas vivas o<br />
plásticas; hay que sustituir la representación directa de las cosas por una comprensión subjetiva<br />
del cosmos.<br />
—¿El arte un juego, eh? ¿Puro fenómeno de intuición?<br />
—¡Ah, zut! ¡Y qué juego…! Despojado de trascendencia, fluido, inesperado como las nubes<br />
que vagan por el cielo desgarrándose en formas atrevidas y livianas.<br />
—Eso significa alejarse de la persona, clima natural para juzgar el mundo.<br />
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