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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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—"Mana cancho, tata". (No hay, señor).<br />

Delhez se abalanzó sobre el indio y lo sacudió, retirándose prestamente al sentir una<br />

sustancia blanca y helada que se escurría de sus manos. Enloquecido, corrió hacia Kurmiraya. Al<br />

voltear un recodo, tropezó con el otro, con el evadido; iba en su yegüita, la cabeza gacha y vacía la<br />

mirada, como un hombre que ha perdido más de lo que puede imaginarse; su frente era pálida y<br />

húmeda. Al pasar por un molle, se apercibió que Delhez se acercaba; entonces pareció revivir<br />

intensamente y chasqueando el látigo partió al galope. Delhez lo siguió. Fueron al taller de<br />

"Chasca-Kcoillor". Delhez no sabía por qué se separaba del otro. "No debo separarme nunca de él"<br />

—pensaba. Pero quería ver y se paró detrás del otro. El evadido comenzó a grabar, hasta dar la<br />

sensación de estar, todo él, en su trabajo, como una larva silenciosa que habitara un solo plano,<br />

mordiendo ciegamente su camino.<br />

Inclinándose sobre el trabajo del otro, Delhez contempló: en la madera crecía una figura<br />

blanca, pintada en "gouache", que se daba vuelta, como alrededor de un eje, hasta colocarse en<br />

posición vertical; ya estaba en pie; era un hombre joven, de barba y cabellos rubios, de suaves<br />

ojos claros, que miraba intrigado la figura del grabador. El hombre rubio miraba la tabla de madera<br />

y sonreía lleno de conmiseración; después vió la silueta encorvada del otro, mientras Delhez sentía<br />

crecer una pregunta sin respuesta. Repentinamente, el recién llegado miró al flamenco; Delhez<br />

sintió que algo se endurecía en su mirada; sintió una gran culpa, como si un agua helada subiera<br />

por su interior, pero soportó la mirada del hombre rubio, aunque sus dedos, crispados, se cogían al<br />

mueble por detrás. Nunca supo cuánto tiempo estuvieron así… Lentamente, los ojos de la figura<br />

blanca se tornaron más dulces. Pasmado y jadeante, Delhez apenas tenía la sospecha de sostener<br />

la mirada de un Dios… La figura blanca se dio vuelta paulatinamente y se alejó. Entonces el<br />

flamenco sintió subir un sollozo desde muy hondo, desde una infancia olvidada…<br />

Cuando la figura blanca de esfumó, la silueta encorvada del otro comenzó a silbar un<br />

tango, interrumpiéndose y bajando por las venas de la madera, como si el silbido entrase y saliera<br />

de la tabla. Delhez se inclinó sobre la espalda del evadido y vió: en el sitio donde estuvo la figura<br />

blanca, la larva había mordido innumerables rayitas, cubriéndolo todo de un gris sucio, uniforme,<br />

aterrador. El otro suspiró, miró en torno, y levantándose fue a beber; tomó agua con yerbas para<br />

calmar la tensión cerebral. De pronto se dio vuelta y se miraron con Delhez cara a cara. El<br />

flamenco veía intensamente al otro; sobre su silueta de un gris opaco, vió la calavera, nada<br />

espantable, una calavera triste, sin rictus, donde no habitaba la muerte, como una casa sin dueños,<br />

sin duendes, no ciega, no trágica. Parecía que el otro no se daba cuenta de estar viendo a Delhez,<br />

como si un vago recuerdo lo trastornase; por último miró cansado el catre, a través del flamenco; y<br />

se recostó… Y el sueño entró también en Víctor Delhez.<br />

Al despertar comprobó que no eran dos; era un cuerpo solamente y una sola alma. Pero<br />

tenía ganas de hacer otro autorretrato, de escribir su extraño delirio, porque hacer autorretrato,<br />

viviéndolos, también es "hobby", aunque muchos piensen que se trata de una forma de<br />

masoquismo. Llamaría al relato "Introducción a la Danza Macabra".<br />

Dos días después encontró al indio en la misma encrucijada. Estaba de pie, apoyado en un<br />

molle y le faltaba un ojo. Con el ojo sano miraba al flamenco sumisamente. Delhez recordó con<br />

desgano la escena anterior, puso al galope su yegüita y volteando la cabeza gritó:<br />

—¡Indio del diablo, "mana cancho", eh!<br />

En esos días de extraño desvarío, resonaban las palabras de Carrel, sutil explorador del<br />

alma moderna: "Cada uno de nosotros está constituído por una procesión de fantasmas, en medio<br />

de los cuales avanza una realidad desconocida".<br />

Limpiaba su "Colt", manejaba distraídamente el arma, cuando una bala oculta en la<br />

recámara se disparó. El proyectil perforó la muñeca derecha, dejando dos pequeños orificios de<br />

entrada y salida. Hecha la primera curación, vino un médico de Cochabamba y declaró que el<br />

asunto no era grave, pues no había hueso comprometido ni músculo desgarrado. Delhez estuvo<br />

casi un mes sin poder manejar la mano. Aprendió a grabar con la izquierda, cosa sobremanera<br />

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