EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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poderosos, aptos para el salto y la disputa, que anuncian un mundo futuro, son la humanidad que<br />
ayer pobló las metrópolis en Menfis, Babilonia, Alejandría, Roma, Bagdad. Humanidad presurosa<br />
que aprende a dominar las fuerzas naturales sin hallar el reposo interior, porque las babeles de<br />
Londres, Berlín o Buenos Aires, aunque los rascacielos perforan las nubes y las calles se pueblan<br />
de gentes y vehículos, contienen al hombre de siempre, antiguo creador de sus instrumentos de<br />
dominio, que se unimisma con el hijo de la selva para reñir con las fieras cada día su alimento. Del<br />
millonario al "compadrito", todos tienen obligaciones premiosas que arrojan al combate; comer,<br />
dormir, vestirse, vivienda, diversión. Para el citadino, hay además la urgencia de adquirir poder.<br />
Solo entre todos, unido a todos por la emulación, el hombre urbano es un esclavo de su poder de<br />
tensión, ajeno al descanso porque su organismo se forja para la continua movilidad. Cada cual en<br />
su esfera, disputa predominios. Entonces nace la competencia, monstruo de mil cabezas que<br />
atenaza a los hombres y aguza su ingenio; la competencia que avasalla toda moral glorificando el<br />
éxito, porque el éxito es, un último término, la sola metafísica del habitante urbano: ganar más para<br />
tener más.<br />
No importa que un hombre parado en el tráfico hirviente de la calle Corrientes, sueñe<br />
construir obras prodigiosas. No importa que ese hombre sufra la impotencia de crear, la<br />
servidumbre vergonzosa a la ciudad. El mundo rueda. Hay tantos artistas frustrados, tantos seres<br />
débiles y es tan vertiginoso el ritmo de la multitud de fierro y carne, que a nadie es dado detenerse<br />
en quien vacila. Pasos fieros pisan al caído y el torbellino se agita sin descanso, arrollando lo que<br />
no se adapta a su ley. ¡Qué locura! Un artista extraviado en la urbe…<br />
—¿Qué buscas?<br />
—Un pedazo de espíritu, para revestirlo de carne y echarlo al mundo de los hombres.<br />
¿Cómo nace la idea? Su hallazgo es vago, informe, inesperado. Suele venir como término<br />
de meditaciones pasadas. Darse de súbito en brusquedad de relámpago o finar en tibio<br />
renunciamiento. Se presiente los pasos furtivos que llegan. Y un día, acaso al fuego del deseo,<br />
acaso al lloro de la angustia, sobreviene el encuentro: abandonando la oquedad del alma, fulge en<br />
el aire una estrella serenísima. Se piensa entonces con el poeta que nuestros deseos anticipan lo<br />
que seremos en el porvenir. Percibimos en un deslumbramiento la extensión de la obra futura. El<br />
tiempo canta en sus abismos. Hombre y Destino marchan lado a lado…<br />
Alta noche. Delhez piensa en su ilustración al soneto. "La Negación de San Pedro". El<br />
Calvario. Cristo y los ladrones, el tema eterno y noble pulido por el torrente de los años. Y una voz<br />
que incita: "¿Por qué no emprender la obra cíclica?" Un Tríptico de grabados: Cristo oponiéndose a<br />
dos altos tipos de humanidad. ¿Quiénes serían? Baudelaire, Dostoievski, los más<br />
representativos… Ambos, como Pedro, negaron a Cristo; uno con su lírica angustiada, el otro con<br />
su dialéctica cruel. El Cristo, símbolo de la más alta humanidad, afrontaría la oposición a<br />
Baudelaire, profeta a corto plazo, y a Dostoievski, profeta a largo plazo. O sea el Redentor de los<br />
hombres junto al precursor que soñó redimir el espíritu como individuo y al que intentó redimirlo<br />
como muchedumbre. Doscientos grabados… Suma de años numerosos… Acaso toda una vida.<br />
Sesenta Baudelaire… Ochenta Evangelios… Sesenta Dostoievski…<br />
Baudelaire, cuarentón envejecido por el vicio, agarrotado por las enfermedades; escéptico,<br />
burlón, blasfemo y creyente a un tiempo mismo, habla de cosas cándidas y tenebrosas. Cabeza<br />
calva. Frente ancha. Ojos hundidos y pesarosos. Boca cruzada de amargura. El Príncipe Negro de<br />
la lírica francesa — mísero burgués consumido — se reclina en la silla y dice:<br />
—Soy el profeta a corto plazo. Presentí el conflicto espiritual de los modernos, analizando<br />
la pugna de la psique y la materia. Por mi conocimiento de lo erótico, fui precursor de Freud y la<br />
teoría de la líbido. Preví el desequilibrio moral, la limitación de los hijos, la dificultad de sostenerlos,<br />
el libertinaje sexual, la desintegración de la familia, la depravación de las costumbres, lo artificioso<br />
del esnobismo y la fatiga mental de la inteligencia. Mi angustia metafísica, nacida del desenfreno<br />
de los sentidos y el hastío de vivir, conduce al nuevo Medioevo que redime almas laceradas.<br />
¿Quién describió mejor la repugnancia del espíritu frente a las necesidades categóricas de la<br />
carne? Estoy inscrito en el tiempo actual porque lo anticipé. La civilización cansada de sí misma,<br />
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