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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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La travesura vanguardista retorna en "Pobre Bill" (Plancha 4); las almas de los marineros<br />

muertos llegan a la luna. Paisaje selénico, sin atmósfera, trabajado en blanco y negro en toda su<br />

extensión. Cielo oscuro, sin perspectiva aérea. Algo fuertemente original, con la rigidez cartesiana<br />

de un esquema.<br />

Una calleja de París mora en "Los Mendigos" (Plancha 5). La composición realista se torna<br />

fantástica por la deliberada deformación de las figuras principales, protesta lírica contra el egoísmo<br />

urbano. Don Francisco de Goya y Lucientes habría amado esta perspectiva de intimidad oculta,<br />

con sus viejos estáticos y sus perros famélicos.<br />

El tríptico de las ilustraciones a "Poltarnees, la que mira al Mar", es pura poesía.<br />

El primer "Poltarnees" (Plancha 6) describe la aparición de la vieja y sagrada figura de la<br />

Fábula, que baja de las colinas boscosas y saca de ronda a las criaturas del bosque. Es el<br />

claroscuro del crepúsculo; la capacidad emotiva de imaginar que aun habita el alma dura del<br />

civilizado, devolviendo a la naturaleza su antigua primacía sobre la razón.<br />

El segundo "Poltarnees" (Plancha 7) narra la blasfemia de Athelvock. El héroe, viendo a la<br />

Princesa, ha dicho: "Es más hermosa que el mar". Nada de esto tendría importancia si el ilustrador<br />

no acumulara la fuente de esbelta surgencia, palacios hieráticos, el lago que lame los diques de<br />

piedra, figuras extrañas, la distribución sugestiva de la claridad lunar y el fondo tenebroso de una<br />

cordillera erizada de picos, cosas dignas de la fantasía de Ferid-eddin-Attar por su delicadeza<br />

oriental.<br />

El tercer "Poltarnees" (Plancha 8) fija el punto culminante: el héroe, sobre una cresta de la<br />

cordillera, contempla por última vez las Tierras Interiores que por haber traspuesto el Poltarnees<br />

sus ojos perderán para siempre. Al otro lado se tiende la Ciudad del Mar, con su rada, puerto,<br />

templos, calles y barcos. Aunque Lord Dunsany, el autor, de los "Cuentos de un Soñador", ni<br />

Delhez, su ilustrador, lo hayan sugerido. Athelvock encarna el hombre de nuestros días, que desde<br />

la cima de su saber, vacila entre los abismos del poder y la codicia. Hay una multiplicidad de<br />

tensión en el grabado, que anula el efecto de una sola dirección; mirando atentamente, es como si<br />

se hubiera reproducido la misma escena, al mismo tiempo, de distintos puntos de mira. Es un<br />

grabado vertiginoso, de gran dificultad técnica y poesía numerosa.<br />

De los dos gr<strong>andes</strong> estilos de Europa, el del Mediodía y el del Norte, Delhez tomaba en<br />

partes muy desiguales su fuerza: de aquél poco, pues el fundamento plástico de la cultura<br />

grecolatina no era su ideal; del segundo casi todo, porque la envergadura cósmica del barroco<br />

respondía mejor a la tensión múltiple de su temperamento. Conociendo su camino, Delhez se<br />

mofaba de los críticos que o admitían sólo como técnico, son comprender que el anhelo de infinito<br />

que se tiende como una flecha hacia el cielo en el gótico, o se expresa en una búsqueda hacia<br />

dentro en la profundidad del barroco, vive también en toda naturaleza nórdica, con el amor violento<br />

a lo desmedido e inexpresable y a la superposición de planos que busca la expresión, no por<br />

formas.<br />

A la pregunta de un crítico que le preguntara por qué complicaba tanto sus grabados,<br />

poniendo cosas ajenas al Evangelio, cuando Miguel Ángel sólo requirió de un árbol para expresar<br />

el Paraíso, Delhez respondió:<br />

"Todo literato podría expresar en una página las síntesis del Quijote; pero sus novecientas<br />

páginas, con historias intercaladas, larguísimos enredos y peripecias, son lo eterno, lo total, lo que<br />

no todos pueden imitar".<br />

El apego por lo mínimo, que Messer Alberto Durero califica de "espulgamiento",<br />

practicándolo con deleite, era para Delhez un nuevo y peculiar sentido de profundidad. También<br />

Altdorfer, con su "Batalla de Alejandro", demostró que por el excesivo detalle se llega a la infinitud<br />

de lo pequeño. El prejuicio del detallismo se destruye con el ejemplo de un esteta, para quien basta<br />

contemplar el cielo estrellado, compuesto de brevísimas unidades, casi simples puntos colocados<br />

en una misma vitanda angostura, el abismo iluminado que no da una sensación aterradora de<br />

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