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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Confundidos con los vagos bonaerenses —claro que ellos pertenecían a los vagos de<br />

categoría y no a los desastrados— se iban a olivos, a los baños ribereños, o al Tigre. Por la noche<br />

asistían a las conferencias públicas en los suburbios, donde los oradores se trenzaban con la<br />

concurrencia, rematando todos en la comisaría. En los cafés de Corrientes, con sendos vasos de<br />

cerveza recordaban los "bocks" de Fl<strong>andes</strong> y los "hels" alemanes.<br />

En la Boca, la música del tango, mezcla de tonadas criollas con reminiscencias de<br />

canciones italianas, españolas o francesas, y aires del candombe africano, seduce al emigrante.<br />

Hijo de doble angustia, el tango se alza sobre el filo donde dos culturas quiebran su esperanza.<br />

Vulgar, monótono, posee recursos enigmáticos para despertar emoción. "La Cumparsita"…<br />

"Sentimiento Gaucho"… "Cuando Llora la Milonga"… En la ternura doliente de los bandoneones<br />

vibra el alma criolla y agarra por igual al nativo y al forastero, porque el tango no es arte, sino algo<br />

puramente emocional, que fluye sin elaborarse.<br />

Lejos del futuro imperfecto de los europeos, en Buenos Aires no hay que defender el "hoy"<br />

para salvar un mínimo de riesgo por venir. Buenos Aires es simplemente actual. Vive en presente.<br />

La tradición está por nacer. La competencia existe sin el horror de las superpoblaciones. La mirada<br />

criolla expresa una fuerza tranquila, consciente del ascenso. Si Europa es el hombre a la ofensiva,<br />

que debe atacar el derecho ajeno para afirmar el propio, Argentina es el hombre a la expectativa, la<br />

pacífica convivencia de razas, porque la tierra es grande todavía y feraces los campos. Para<br />

Delhez era algo más importante aun: la lentitud criolla, apaciguando las fiebres de Occidente.<br />

Salió de la vagancia para ingresar de profesor auxiliar de dibujo en una academia de artes<br />

plásticas, donde la pagaban ciento cuarenta pesos mensuales. Daba clases cuatro horas a la<br />

semana y tenía treinta alumnos revoltosos, que más de una vez lo obligaron a recurrir a los puños<br />

para reprimir la indisciplina. A los pocos días se sintió incapaz de someterse a la rigidez de la<br />

enseñanza; pero Sanmartini, un pintor que se interesaba por el belga, hizo que continuara en la<br />

academia, para que se fuera vinculando con pintores de notoriedad, críticos y artistas. Dos<br />

muchachos despiertos y una jovencita seguían con interés sus clases; esto lo decidió a seguir de<br />

profesor. Se propuso terminar el curso completo de dibujo anatómico, para salvar a los tres<br />

aficionados. Los meses transcurrían; y el profesor Delhez comenzó a lucir una barba rubia que en<br />

vano se esforzaba por disimular su apariencia juvenil.<br />

Dáneo era un mozo alto, de ojos azules y cabello ondeado. Ágil. Dinámico. Ramo de<br />

construcciones. Tenía una empresa, que trabajaba tres meses descansando nueve. "No hacemos<br />

muchas cosas — decía el ítalo-argentino — pero nos vamos construyendo". Luchaba fieramente<br />

con propietarios, contratistas y obreros; a pesar de su fortaleza física, sólo acudía a las manos para<br />

castigar matones. Después de vagar por calles y cafés, en las noches se recluía metódicamente en<br />

el piso undécimo de una casa de departamentos situada en el corazón de Buenos Aires; en un<br />

"palomar" — según sus propias palabras — que había sido refugio de "palomas perdidas",<br />

incubaba huevecitos literarios que jamás lanzaba a la circulación, limitándose a mostrarlos a un<br />

grupo de amigos. Aunque su estilo era pobre, poseía vigor en las ideas y un don de observación<br />

nada común. Dáneo, compañero excelente, generoso, lleno de brío, solícito y ocurrente, en él<br />

encontraba Delhez una grandeza de alma que solo tenía paralelo en el recuerdo de Seuphor.<br />

—Quisiera hacer un retrato de tu cabeza byroniana — decía Delhez — O bien: Deberías<br />

dejar las construcciones para dedicarte a la literatura. Era el único modo de enfurecer a Dáneo,<br />

que detestaba el artificio y se mofaba de sus "debilidades" literarias.<br />

Dos años en Buenos Aires. Ocupación variada. Vagabundo. Amigos. Lecturas livianas.<br />

Dibujos para vivir. Resabios vanguardistas en la madera. Penurias. Oscuridad. Hambree. Víctor<br />

Delhez: un pobre diablo, en una buhardilla de la calle Maipú.<br />

Por el año de 1929, las revistas dieron cuenta de una exposición de fotografía moderna.<br />

Los comentarios llevaron público al local de la calle Cangallo. Durante varios días, en él se<br />

incubaron ruidosas polémicas en torno al problema de la placa fotográfica como arte. El expositor<br />

amablemente cómo el fotógrafo puede competir con los ilustradores, destacando las posibilidades<br />

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