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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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El séptimo hijo de Antonio Delhez admiraba la arrogancia y el genio alegre de su<br />

progenitor.<br />

Antonio Delhez administraba su hotel los años dorados anteriores a 1914; hotel que<br />

frecuentaba una burguesía prudente afecta al buen vivir con poco dinero. El hombrón era excelente<br />

padre de familia. Amaba con pasión a los suyos, violando la disciplina doméstica para complacer a<br />

"sus pequeños". Con hermosa voz de tenor les enseñaba bonitas canciones; alzaba en vilo<br />

gr<strong>andes</strong> pesos para probar su fuerza; y daba saltos ágiles que desmentían su corpulencia.<br />

Gustaba hacer proezas en el volante, a gran velocidad, arrancando gritos de entusiasmo al<br />

pequeño y protesta de María Diels. Conocía todos los velódromos, rings, salas de esgrima,<br />

polígonos, pistas y locales deportivos de Amberes; atleta desde mocedad, conservaba a los<br />

cuarenta y ocho años un cuerpo elástico y perfecto. Su bonhomía no estaba reñida con un sentido<br />

práctico de mando que le permitía encarar tranquilamente la situación; más de una vez, tras la<br />

charla jocosa, resonaba el vozarrón para imponer autoridad. Poseía una bondad natural capaz de<br />

llegar al límite de la paciencia antes de permitir el estallido de los nervios. Un profesor de<br />

psicología solía decir: "Es el hombre normal ciento por ciento".<br />

María Diels era otra cosa. Su bello tipo andaluz contrastaba con la rubicundez nórdica.<br />

Busto firme, Cuerpo flexible. Y el paso cadencioso, con un sentido interior del ritmo, que infundía al<br />

pequeño un sentimiento de respeto por su madre. Bajo el arco de las cejas, lucían ojos negrísimos.<br />

Labios finos. Frente amplia. Cabellera undosa. Víctor Delhez se sentía orgulloso por la hermosura<br />

de su madre; pero ella fue un enigma para él. ¿Era buena, mala? ¿Abnegada, egoísta? Se le<br />

antojaba un ser indefinible, pasando bruscamente de una a otra cualidad. Con fría seguridad<br />

contrarrestaba la vehemencia del marido, como si no le interesaran sus proyectos, para en seguida<br />

ayudarlo decididamente en otras cosas. Rígida en la educación de sus hijos, no perdía detalle<br />

como dueña de casa; y una conciencia del orden, unida al más severo espíritu de control, le<br />

permitían dirigir con menos palabras y más eficacia el establecimiento. Intransigente con la<br />

flaqueza humana, representaba la disciplina en el hotel y el imperio de la ley en la familia. Su<br />

parquedad contrastaba con el carácter locuaz de Antonio Delhez; intervenía rara vez en las<br />

discusiones; pero bastaba, mencionar un pintor, un músico o un literato y ella revelaba su<br />

ilustración. Solucionaba las rencillas con un tono burlón que lejos de calmar al interesado lo<br />

exasperaba, obligándolo a buscar en sí mismo el arreglo de sus conflictos. De sus labios finos<br />

jamás salieron quejas; en ella nacían y acababan sus problemas. ¿Qué problemas? ¿Habría<br />

verdaderamente problemas en un ser reservado, tan seguro de sí, que daba la sensación de<br />

conocer y dominar todo?<br />

La influencia de los hermanos fue bastante menor. Eran cuatro mozos y dos mujeres, que<br />

lo aventajaban en años; Víctor Delhez los veía como seres desdeñosos, contraído cada cual a su<br />

propia actividad.<br />

—Padre: ¿qué es la autoridad?<br />

—Una cadena inventada por la estupidez de un hombre para reventar a los demás.<br />

Las respuestas de Antonio Delhez desconcertaban. ¿Hablaba seriamente? ¿Hablaba en<br />

broma? Ansioso de aclarar sus dudas, el niño insistía; pero el hombrón rechazaba la arremetida<br />

aconsejando no tomar nada en serio.<br />

—Vamos al polígono; aprenderás a manejar un rifle.<br />

Por las noches, Antonio Delhez se iba al parque de Boelaer. Echándose sobre los hombros<br />

una capita que resaltaba su figura atlética, cogía al niño y se internaban por los senderos. A Víctor<br />

se le aceleraba el corazón; ¿qué iría a suceder? Multiplicando los pasos para acomodarse a la<br />

marcha paterna, iniciaba el paseo dominado por vago sentimiento de dicha. ¿Quién analizó la<br />

intimidad del hombre y el niño, avanzando sin palabras bajo el cielo estrellado?<br />

Caminando por el sendero, uno junto a otro, doblando recodos, deteniéndose a escuchar el<br />

murmullo del agua, atisbando los rumores de la noche, en un desenvolverse sin pausa, como la<br />

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