EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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prominente; los labios conservaban el rictus de crueldad. La intuición del xilógrafo había vencido,<br />
en un salto, el abismo; en la tabla de madera habitaba su Zeller auténtico, que contrastaba con la<br />
efigie inexpresiva de las fotografías; estaba Gottfried Zeller y también su secreto, asomado<br />
burlonamente detrás de las pupilas. Delhez creyó que el alemán se molestaría por la crudeza del<br />
trabajo; pero Zeller quedó encantado:<br />
—Es como dice Wilde —expresó —; la vida imita al arte. Aunque suene a paradoja, su<br />
retrato es más auténtico que yo.<br />
Volvió a visitar al arquitecto.<br />
—Siéntese —dijo Zeller —y siguió poniendo varias veces el mismo disco.<br />
Era un aire vulgar, falto de calidad; la música giraba constantemente alrededor de un solo<br />
motivo, sumiendo al oyente en sopor lascivo, mecido por una corriente de viento tropical. Llena de<br />
efectos orquestales, su monotonía se tornaba aterradora y el tambor indígena golpeaba los<br />
tímpanos. Al terminar la cuarta versión del disco, Zeller explicó:<br />
—Es el "Bolero" de Ravel. Causa furor aquí.<br />
¿Música moderna? Sonidos disonantes, desprovistas de significación, tendiendo al acento<br />
monótono y tenaz; sonidos que se aproximan al ruido desechando lo melódico. Facilitaban la<br />
evasión por su exotismo, pero el flujo excéntrico no duraba sino breves segundo, pues lejos de<br />
herir zonas espirituales, quedaba en un plano puramente físico. Música afrodisíaca, con olor a<br />
selva y resonancia de paisaje bárbaro, hacía pensar en la exaltación de la vida primitiva.<br />
Tímidamente, Delhez aventuró:<br />
—Es rara…<br />
—Y estúpida — agregó Zeller.<br />
—Delhez miró estupefacto.<br />
—¡Cómo! ¿No la oía con agrado? —preguntó.<br />
—Absolutamente.<br />
—¿Y por qué la toca?<br />
—La estudio. Expresa la confusión actual; puede sugerir una forma arquitectónica; la<br />
necesito.<br />
Zeller sumióse en densa columna de humo. Conversaron sobre temas diversos,<br />
espiándose mutuamente; el alemán sabía que Delhez estaba al acecho, ansioso de sorprender<br />
algo; y éste comprendía que Zeller se daba cuenta del asedio, a la vez que se proponía estudiarlo.<br />
En parte recelosos, en parte dóciles a un entendimiento, se equilibraban en el punto donde la<br />
curiosidad se mezcla con el hábito, pues si para Delhez indagar era condición de su naturaleza,<br />
Zeller gozaba escudriñando los móviles del pensamiento ajeno. Discutían un problema de<br />
arquitectura funcional; de pronto Delhez sacó un lápiz y en pocos trazos resolvió el asunto.<br />
—¡Soy un tonto! — dijo Zeller —; recién me doy cuenta que usted es arquitecto. Pero<br />
entonces… ¿Qué diablo hace con el grabado?<br />
—Estudié arquitectura, pero soy xilógrafo.<br />
—¡Oh! Los artistas no sirven hoy para nada, a menos que acepten ser dirigidos.<br />
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