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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Hoffner lo llevó a la Comedia Francesa; reaparecía la Duse.<br />

—¡Qué! ¿Te parece indigno de un vanguardista ver una representante del teatro clásico?<br />

No es tan mala como piensas; después juzgarás.<br />

Se estrenaba un drama de anteguerra.<br />

Medio siglo pesa en los hombros de la Duse. Una larga túnica ciñe su cuerpo. El ademán<br />

pausado o bruscamente elástico, revela fuerza. Las manos se mueven en acciones extrema<br />

precisión. Habla italiana. Su figura se yergue como una estatua moviéndose en el tiempo. Nada<br />

más distante de la afección teatral; nada más lejos de la frialdad escénica. ¿A qué honduras ha<br />

descendido la Duse para ofrecer esa síntesis de sobriedad y convicción? Su arte daba la<br />

sensación de ser más agudo que su naturalidad. Lo exterior de su trabajo — figura, mínima,<br />

movimiento — era sólo el reflejo de una vida interior rica en experiencia; daba a cada frase el tono<br />

adecuado, a cada gesto el matiz oportuno. El tema era simple: una madre apasionada por su hijo,<br />

no vacila en sacrificarse, entregándolo a los brazos de la esposa inexorable de su vida. Nadie<br />

repara en la belleza del drama; ojos y oídos se concentran en la madre encarnada por la Duse. El<br />

rostro pálido se transfigura, volviéndose hermoso; y la fuerza magnética de la actriz crece, crece<br />

hasta cubrir la escena, los actores y el público que escucha en suspenso. Las palabras, fugitivas,<br />

descubren su secreto. Cuando la obra terminó, recordando los versos del Dante: "Nell mezzo del<br />

cammín di nostra vita…" la concurrencia estalló en clamoroso homenaje.<br />

—No lloras por nórdico, cerrado en tus sentimientos.<br />

—¡Qué personalidad vigorosa!<br />

—Eleonora da la sensación de que su arte puede más que ella.<br />

—Es curioso: iba a decir lo mismo; me parecía que su éxito era mayor que ella, como si se<br />

tratase de una fuerza que la Duse representa pero que no es la Duse…<br />

—Su arte hace sentir la fuerza sagrada de la vida.<br />

Delhez comparaba la profunda impresión recibida, con el sentimiento ligero que<br />

desprendían piezas de los expresionistas, hijos del "teatro de ideas" que pretende sepultar al teatro<br />

de tesis y al drama romántico. En el teatro moderno, particularmente en los expresionistas, se cree<br />

asistir a un torneo filosófico por la pirotecnia verbal; la crítica demoledora anula personalidades;<br />

uno quiere encontrar hombres de carne y hueso y tropieza con fantasmas. El diálogo se<br />

intelectualiza en extremo. No puede sentirse indiferencia ante la escenografía moderna, pero la<br />

obra está cargada de oscuros simbolismos, audaces metáforas y sutilezas tales que se hace difícil<br />

navegar en aguas tan revueltas. Sólo Bernard Shaw se hace perdonar —sin ser vanguardista—<br />

por el ingenioso sistema de sostener, siempre, el punto de vista contrario al del público, diciendo<br />

tremendas verdades en medio de regocijantes sátiras. Sin embargo ¿hay quien asista a varias<br />

representaciones consecutivas de Shaw sin fatigarse?<br />

Seuphor protestaba: ¡había que descubrir la oculta habilidad con que los expresionistas<br />

desenvuelven el juego de las certezas y sus oposiciones! Nada de tesis pose melodramática: el<br />

expresionista simplemente expone, retrata fragmentos de vida. ¿Seres irreales en la vanguardia<br />

teatral; abstracciones coloreadas al servicio de una psique inhumana? Todo lo contrario: más bien<br />

naturaleza hipercerebrales e hipersensitivas, lo más vivamente humano.<br />

—¿Vas a negar la monotonía de los personajes, cuya razón psicológica se confunde con la<br />

del autor? — preguntaba Hoffner —. Los personajes de vanguardia parecen desdoblamientos de<br />

una persona.<br />

—¡Eso claro! — replicaba Seuphor —. Ese "aire de familia" es la unidad indivisible del<br />

teatro expresionista, homófono dentro de la aparente diversidad.<br />

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