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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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1914. El huracán de la gran guerra asola campos y ciudades. Bélgica lucha por la libertad.<br />

Los años de colegio, batidos por el viento de la guerra, no se borrarán nunca. Del<br />

espectáculo de ciudades, campos devastados, hombres que regresan deshechos y mujeres<br />

llorosas, nace un conocimiento directo del mundo que los textos jamás enseñarían. Víctor se dolía<br />

de tanta miseria, sin penetrar el valor trascendente de la experiencia formidable. Bajo la amenaza<br />

de perder la soberanía, se descompusieron los negocios; industria y comercio trabajaron para el<br />

ejército y la miseria cundía en los hogares. "Fik" vió partir a su padre y a los dos hermanos<br />

mayores en un tren de voluntarios que conducía reservas a Leija.<br />

Al cabo de algún tiempo, cuando la ocupación alemana aplastó materialmente al pueblo<br />

belga, los colegiales de Amberes comenzaron a desconfiar de la propaganda periodística, del valor<br />

que nada puede contra la fuerza material organizada, de la revancha cada vez más distante…<br />

Los bombardeos nocturnos asustaron a las ciudades descubiertas, pero lejos de<br />

amedrentar enardecieron a sus defensores. Fue consigna espontánea trabajar a toda hora,<br />

cooperando a las autoridades para suplir la ausencia de los hombres hábiles que llenaban las<br />

trincheras.<br />

Por ese tiempo, Víctor ayudaba a su madre en el hotel del barrio de La Boule; aprendió<br />

rudimentos de contabilidad y desempeñaba menesteres sencillos, demostrando un celo que María<br />

Diels no habría esperado del colegial ocioso.<br />

Catorce, quince, dieciséis años. El cuerpo ha crecido; las piernas se alargaban en visible<br />

desproporción con el torso; los cabellos rubios se truecan en dorado castaño; el bozo asoma<br />

sobre el labio superior; la mirada se vuelve firme. Son los tiempos que menos se vive para sí,<br />

gracias a una especie de altruismo que impulsa a absorber fatigas para descargar las penas de los<br />

que nos rodean.<br />

Por las noches, seguía cursos de arquitectura, pintura y dibujo en la Real Academia de<br />

Bella Artes. ¿No era un sarcasmo estudiar las peripecias del arte en un pueblo a punto de perder<br />

su libertad? Pero la guerra había normalizado su curso y muchas cosas paralizadas pos primeros<br />

meses, se reanudaban sujetas a nueva disciplina.<br />

Veía los batallones, desfilando ya no en medio de vítores, sino de silencio respetuoso<br />

precursor del sacrificio. ¿Cuántos millares de padres de familia, profesionales, artistas y jóvenes<br />

marchan al frente? ¿Qué fuerza irresistible impulsa a estas gentes que todo lo abandonan para<br />

rechazar al invasor? Entonces la libertad individual no existe; hay obligaciones colectivas que<br />

alcanzas a todos por igual; la personalidad es un privilegio de la paz, que la guerra disuelve en la<br />

necesidad común de organización. Se esforzaba en sobresalir para ofrecer esa compensación a su<br />

madre, pero las horas mejores transcurrían sobre mapas que improvisaban en la Academia, en los<br />

que trazaban ingenuos planes tácticos que a juicio de los estudiantes habrían evitado el contraste<br />

en los frentes de batalla. Años oscuros, de renunciamiento, empañaron la primera juventud de<br />

Víctor Delhez; mas la experiencia le reveló cuánto había de tenacidad inquebrantable, de reservas<br />

interiores en su alma, que sólo necesitó el choque violento con la realidad para forjar al hombre.<br />

Al finar la guerra, la juventud traspone los umbrales de la profesión. Bélgica ha roto los<br />

lazos de una tradición europea de orden, humanismo y progreso. La nueva generación surge como<br />

un tipo de tránsito entre la tradición que se rompió el 14 y la nueva civilización que comienza a vivir<br />

después del 18. Un tipo de tránsito, la más problemática de las categorías humanas…<br />

Vinieron los meses expectantes de la reconstrucción; los diarios se prometían consagrarse<br />

al bien público, proteger a huérfanos, viudas y mutilados; pero en la sombra piafaban impacientes<br />

los corceles de la descomposición social que Europa soportaría la primera década después del 18.<br />

Los Delhez reanudaron su vida. El estudiante hallaba envejecido a su padre; las arrugas<br />

del rostro y las sienes grises hablaban de los sufrimientos soportados. Antonio Delhez pasaba<br />

18

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