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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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—Sería un contrasentido; el artista es la libertad.<br />

—Cuando usted entienda lo estético como categoría creadora de fuerza, admitirá que no<br />

hay contrasentido.<br />

—¿Lo bello no es, en sí, una fuerza?<br />

—Necesitamos fuerzas de eficacia inmediata, útiles; el resto sobra.<br />

—¿Sobra?… ¿Superfluo el sentimiento de lo bello? No entiendo cómo pueda tacharse de<br />

inutilidad una sonata de Scarlatti, un Luini, un poema de Verlaine.<br />

—¿Vive usted por ellos?<br />

—Eso no prueba nada. Si el hombre huye del arte como función pura del espíritu, la<br />

creación estética no pierde jerarquía. Un día nos creen más; otro menos; eso es todo. Pero… ¿No<br />

sólo de pan vive el hombre… verdad?<br />

—Sin pan no viviría, esto es más cierto.<br />

—¡Ah! Usted quiere prescindir del sentimiento. Sin embargo, su propia casa está<br />

construida con sentimiento, por encima del funcionalismo constructivo.<br />

—Se equivoca. Aquí sólo entró el cálculo; si además algo agrada a los sentidos, es porque<br />

la mente hace cosas agradables al fijar las proporciones. Terminemos, Delhez: el día que usted<br />

comprenda la importancia del vocablo "utilidad" nos entenderemos.<br />

dijo:<br />

—Es la utilidad, también la que lo acerca a nosotros…<br />

Zeller se demudó, sin que Delhez, abstraído, reparase en su disgusto. Luego el alemán<br />

—No es tiempo de soñar. Me limito a dar la voz de alarma.<br />

Y volvió a poner el "Bolero" de Ravel, sumiéndose en la extraña música.<br />

Delhez salió desconcertado. La estremecedora desnudez de la casa cúbica había borrado<br />

la impresión del primer día, haciéndole añorar la antigua y dulce intimidad de la palabra "hogar".<br />

Era raro el arquitecto. Daba la sensación de cavilar en cosas que escapaban a los demás. Hoffner<br />

tenía fe en su clasicismo, aunque se viera anulado como ente social. Seuphor rebosaba de<br />

juventud y amor a la vanguardia. St. Marcel era el buen burgués que dora la vida con el cuento de<br />

la mujer desnuda. Entre el equilibrio razonable de Mr. France, atento a una prudente avaricia,<br />

placeres culinarios y sana erudición, o las aparentes excentricidades de Pandoule, casi no había<br />

diferencia; ambos eran sujetos definibles y clasificables dentro del esquema individual. En cambio<br />

Zeller era oscuro; sólo él sabía qué buscaba y por qué buscaba. Su personalidad concentrada,<br />

cubría por entero la antipatía del físico. Zeller poseía un centro… Un centro…<br />

En mayo de 1925, un grupo de "independientes" expuso una muestra en los muros del café<br />

de "Dome". Delhez figuró en ella con tres maderas: un retrato, una composición cubista y un<br />

paisaje imaginario. El retrato — era el de Zeller — sobresalía por su expresividad lograda con solo<br />

el contraste de blanco y negro. La composición geométrica, siguiendo la manera picassiana,<br />

parecía obra de un ingeniero. Figuras construidas con ajuste perfecto, montadas pieza por pieza,<br />

sin que sobre ni falte nada; matemática pura. El paisaje reproducía un castillo islámico, con fondo<br />

de cordillera abrupta; abajo el agua, bruñida por extraños reflejos; y siluetas de fina estilización<br />

sugiriendo la presencia humana. ¿Símbolo de un sueño? ¿Fantasía? ¿Ocio de artista? Delhez se<br />

resistió a explicarlo. — Ahí está —decía a los curiosos, señalando el rótulo —; "Image". Es una<br />

imagen, nada más que una imagen.<br />

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