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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Todavía, al salir, Delhez recogió el postrer desafío:<br />

—¡El mundo necesita que le hagan marcar el paso, Delhez, para salir de la pereza<br />

corrupta. Y eso deberán todos al resurgimiento alemán!…<br />

No volvió a ver al arquitecto.<br />

Mr. France se trasladó con sus pensionistas de la calle Vavin al Quai de la Seine; pero<br />

éstos no renunciaron a sus sitios predilectos de reunión y después de la cena cubrían el extenso<br />

recorrido que separa el Quai de la Seine del "Carrefour Montparnasse", donde llegaban fatigados,<br />

para enzarzarse en las habituales discusiones. Delhez observaba que los temas artísticos perdían<br />

interés, cediendo campo a la política y la economía. Las ocurrencias de Cocteau, los bailes de<br />

Josefina Baker, luna invención de Picasso, ni siquiera las travesuras de "Dadá" distraían a la<br />

concurrencia. En las "brasseries" de la Coupole, y La Rotonde, las gentes se apasionaban por las<br />

noticias del exterior: qué hará Mussolini con Europa; hasta dónde irá el Japón en la Manchuria;<br />

¿las huelgas de hambre del Mahatma, lograrían la independencia de la India? Stalin despertaba<br />

polvaredas de entusiasmo. Felizmente —decían los francófilos— Alemania no toca pito en los líos<br />

internacionales; mientras estemos en el Ruhr no hay cuidado.<br />

Cierta vez se suscitó agria controversia. St. Marcel se fue a las manos con un escritor;<br />

aquél abogando por el Duce y el otro por el dictador georgiano que eliminara a Trotzski. Costó<br />

separarlos y ambos fueron a dar a un puesto de policía. Seuphor protestaba ¿por qué la política ha<br />

de ser más beligerante que el arte? En cuatro años, jamás se había dado el espectáculo de dos<br />

seres recurriendo a los puños para dirimir divergencias de opinión; pero no bastaba tocar la<br />

política, y personas tan pacíficas como St. Marcel y el escritor perdían el control y se golpeaban<br />

como pilletes.<br />

Insensiblemente, las mesas del café se fueron dividiendo en dos bandos: unos abrazaban<br />

el movimiento ruso, presagio de la nueva humanidad; otros defendían las dictaduras industriales y<br />

la economía dirigida. Los belgas y Mr. France formaron en las filas de izquierda, siguiendo a Gide,<br />

Romain Rolland y Barbusse, que por ese tiempo desenvolvían intensa labor de propaganda en<br />

favor del marxismo.<br />

Un poeta chileno, que conocieron ocasionalmente en el "Viking's", lanzó esta frase que<br />

Delhez recogió en su diario: ya no habrá más en el mundo esa cosa neutra y felpuda que se llama<br />

testimonio imparcial.<br />

Emprendían el regreso vencida la medianoche, bajo la garúa persistente, levantada la<br />

bufanda hasta la nariz. De vez en cuando se oía el resoplido de un tren nocturno o el carraspeo de<br />

un auto viejo; ruidos que se perdían en la noche volviendo todo al vago rumor de la urbe dormida,<br />

que no es el silencio, sino algo vigilante, preñado de amenazas. Marchaban al pie de los altos<br />

edificios por el bulevar iluminado o cortando por callejuelas tortuosas. Delhez recordaba los paseos<br />

en el Parque de Boelaer, cuando se internaba por los árboles, dominado por extraña alegría.<br />

¿Qué abismo separa al hombre del niño? La infancia ha muerto. El adulto es un ser totalmente<br />

distinto. De niños queríamos saber todo; preguntar y ser preguntados. Más allá de las cosas<br />

parecía existir una raya indefinible, cargada de promesas, capaz de hacernos fuertes<br />

entregándonos la ciencia de la vida; soñábamos en ella como en una meta inalcanzable.<br />

¿Cuándo…cuándo será? Pero llega el momento de franquear la línea misteriosa; nos hacemos<br />

hombres: conocemos mucho más de lo soñado; y daríamos toda nuestra ciencia, nuestras<br />

victorias, nuestra fuerza por volver al otro lado de la raya. Recordaba las caminatas nocturnas con<br />

Antonio Delhez; entonces no era un prisionero. Libre y animoso jugaba con la fantasía. El vagar del<br />

adulto, al contrario, es una lucha contra la sazón. Queremos descansar de la fatiga diurna, aspirar<br />

el aire puro de la noche, caminar largas cuadras viendo edificios, luces, el vehículo que pasa; la<br />

felicidad del vagabundo está en el chapoteo sobre el pavimento como en la vaga esperanza de un<br />

encuentro inesperado. Dos, tres segundos para soñar en semejante puerilidad; y otra vez la<br />

marcha trágica del ente intelectual, acosado por la jauría de las ideas. La discusión cesó hace rato.<br />

No se oye voces. Dos hombres caminan sobre el pavimento. Pero el cerebro no puede librarse y<br />

en la aparente soledad de la marcha continúa la disputa, por un proceso fatal de absorción que aun<br />

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