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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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sobrenatural las descubro sumergiéndome en el fondo mismo de la real. Demostré que la cultura<br />

histórica del Renacimiento y la Reforma, obra de pensamiento puramente científico, crítico y<br />

disolvente, si no está concluída por completo al menos se aproxima a su fin; y demostré, también,<br />

con lucidez de conciencia casi actual, la inevitable evolución hacia una obra de pensamiento<br />

nuevo, creador, religioso. No es poco ¿verdad? No es poco… Nadie me ha superado.<br />

Viendo el espanto del flamenco, el vejete prosigue:<br />

—Al otro lo pusiste de buen ladrón. A mí puede colocarme como el malo. Aquel que no ha<br />

de acompañar al Hijo en la hora de la resurrección. Dame la siniestra; te disculparán mi soberbia y<br />

el pecado de mi dialéctica que nada respetó.<br />

—Te equivocas — replica Delhez. También padeciste, acaso más que hombre alguno; la<br />

epilepsia te hizo entrar al infierno terrestre y la duda amargó todas tus horas. En mi "Tríptico"<br />

estarás con un valor equivalente a Baudelaire, porque en el fondo eres tan digno de amor, tan puro<br />

como él. Además… Eres el genio; y bien sabemos cómo se paga el pecado del intelecto… Por ti<br />

volvemos al humanismo primitivo. En ti se funden la quietud asíatica y la energía occidental. Eres<br />

la síntesis de lo que ha de venir.<br />

Sonriendo melancólicamente, Dostoievski se pierde en el aire. Sombra en la noche.<br />

Quietud que aterra: el artista está sólo. Pero una voz crece, lejos de todas partes:<br />

—¿Y el Cristo? Sólo tienes lo accesorio del tríptico.<br />

El cuerpo, rendido, cae sobre la silla. La voluntad navega por el sueño. Las palabras que<br />

no fueron pronunciadas, retroceden. El hombre yo no es él. Pero las palabras sí:<br />

—Está muy alto… No alcanzo a comprenderlo. Apenas sé que temo a Baudelaire y<br />

Dostoievski porque son ladrones de vida; y me arrojo a sus ruedas dentadas de críticos de<br />

civilización. Pero el Cristo… el Cristo… es lo pinacular. ¿Cómo llegar a Él?<br />

LA SEGUNDA <strong>DE</strong>RROTA<br />

Fútbol: 50.000 espectadores. Juegan "Boca y River". Rostros fieros. Manos agresivas.<br />

Voces broncas de ira de entusiasmo. Apretado entre Dáneo y Suárez, un cronista deportivo de<br />

veinte años, Delhez mira el juego. Fútbol criollo. ¿Juegan 22 hombres? No. Miles por bando:<br />

—¡Gol! ¡Ha de ser gol!<br />

Y al punto le replican:<br />

—¡Está fresco! El chueco ese patea recto a un lado…<br />

Suárez interviene con mal disimulada nerviosidad.<br />

—"River" es el campeón del año pasado… Pero "Boca" juega mejor. No se vayan a<br />

imaginar que soy "boquense"; ¡no señor! Soy crítico deportivo y la imparcialidad es mi ley. Pero<br />

fijarse, fijarse… cuando Garasino se le prende a la "redonda" lo hace con tal dominio, que se afila<br />

los zapatos en la pelota como navaja de barbero. ¡No pasa un pelo entre ambos cueros!…<br />

—¡Que ha de ser boquense! —prorrumpe Dáneo; — es Salomón futbolista! Pero si Cherro<br />

se manda un "cañonazo"… ¡"chau" justicia! Y el pez muere por la "Boca".<br />

Suárez seguía con vivísimo interés el partido. "Este ha de morir de un síncope — anotaba<br />

Dáneo — el día que "Boca" pierda por más de tres goles". De rato en rato, anotaba velozmente<br />

signos ilegibles en una libreta que apoyaba sobre sus rodillas. Tenía un conocimiento profundo del<br />

juego y la forma de aplicar sus reglas. Suárez anticipaba jugadas con increíble precisión, moviendo<br />

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