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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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OBRAS COMPLETAS TOMO V 109<br />

no nace como investidura de una pulsión inconciente. La conclusión es<br />

similar. Sostienen que existen transformaciones del cuerpo físico que no<br />

son el lenguaje “que un órgano habla”.<br />

Podemos dividir artifi cialmente los problemas que hoy constituyen el<br />

punto de urgencia de la psicosomática en tres tópicos que conservan, en el<br />

fondo, una identidad de origen.<br />

El primero es un problema que se presenta “en la práctica” como<br />

una difi cultad en la colaboración entre los médicos que prescriben<br />

medicamentos o procedimientos “físicos” y aquellos otros que intentan<br />

curar mediante la palabra. Se trata de una confusión de lenguajes en la<br />

cual también solemos incurrir, por desgracia, los psicoanalistas. Además<br />

de este malentendido permanente, entre patólogos y psicoanalistas, existe<br />

también otra difi cultad de diálogo entre quienes intentan una medicina<br />

psicosomática de orientación psicoanalítica y aquellos que se inscriben en<br />

una corriente culturalista que busca “humanizar” la medicina apoyándose<br />

fundamentalmente en una psicología de la conciencia.<br />

El segundo problema se constituye alrededor de la cuestión de si existen<br />

enfermedades que son psicosomáticas y otras que no lo son, o si, por el contrario,<br />

todas las enfermedades son, como el hombre entero, “psicosomáticas”.<br />

El tercero, cuyos “orígenes” pueden encontrarse en el artículo que<br />

Freud (1910i*) escribiera acerca de las perturbaciones psicógenas de la<br />

visión, en el cual distinguía entre trastornos neuróticos y psicógenos del<br />

órgano, adquiere en nuestros días la forma de una rotunda discrepancia<br />

entre quienes sostienen que la enfermedad somática es el producto de un<br />

defecto de “mentalización” y quienes sostenemos que, por el contrario, es<br />

la manifestación de una actividad simbólica inconciente.<br />

Quienes en la década del cincuenta iniciamos nuestra formación psicoanalítica<br />

en la Argentina, nos encontramos con una situación privilegiada<br />

difícilmente igualable. Disponíamos de la presencia de psicoanalistas<br />

como Ángel Garma, Arnaldo Rascovsky, Enrique Pichón-Rivière y Arminda<br />

Aberastury, que habían captado la esencia del pensamiento freudiano,<br />

y conocían su obra con una profundidad que sólo las personas que unen<br />

a una inteligencia excepcional una capacidad intuitiva y afectiva poco común<br />

pueden alcanzar. Aunque Rascovsky, Pichón-Rivière y Aberastury<br />

nunca se ocuparon de sistematizar en una teoría general su pensamiento<br />

en el terreno de la psicosomática, se movían en el mundo de la simbolización<br />

somática con una soltura como la que sólo podemos encontrar en<br />

Freud, Groddeck o Weizsaecker. Aberastury, además, unía a esa capacidad<br />

su conocimiento de la obra de Melanie Klein. Su trabajo en el psicoanálisis<br />

de niños, fecundado por su capacidad de leer con facilidad los símbolos<br />

corporales, completó los aspectos que Klein no abordó.

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