Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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228 LUIS CHIOZZA<br />
arriesgán dose (si es atraído sobre ese terreno) a ignorar un in farto. Eso lo<br />
convertiría en culpable delante de sus cole gas, mientras que ninguno lo<br />
atacaría si prescribiese, al mismo pa ciente, doce angiocardiografías.<br />
En lo que se refi ere a los problemas de la dermatología, soy extremadamente<br />
sensible a lo que ha subrayado el profesor Panco nesi. En realidad, la<br />
cuestión de la exteriorización es muy importante: acerca de ella un colega<br />
mío, francés, Di dier Anzieu (1985), ha hecho una original e interesante teorización<br />
psicoanalítica, introduciendo el concepto de Yo-piel (Moi-peau).<br />
Aunque no haya sur gido claramente de lo que he dicho, du rante mi<br />
exposición te nía en mente justamente a la piel, porque estoy convencido<br />
de que los espacios psíquicos son absolutamente impensables sin tener en<br />
cuenta límites entre los sistemas. Y la piel es, esencialmente, el límite, el límite<br />
por excelencia. En efecto, creo que la dermatología ocuparía un lugar<br />
muy im portante en las relaciones entre el adentro y el afuera.<br />
Precisamente el problema, de gran envergadura epistemoló gica, sobre<br />
qué es lo que debe entenderse por super fi cie, permanece abierto. <strong>Chiozza</strong><br />
ha recordado una cita de Freud, quien decía que el yo es en su origen un yo<br />
corporal que co rresponde a una superfi cie. Aun más, Freud precisa: “O, más<br />
bien, a lo que corresponde a la proyección de una superfi cie”. Yo no puedo<br />
desembarazarme de la idea de que la pala bra psicoanalítica, en la sesión, debe<br />
ser comprendida como una superfi cie; la emergencia de la palabra es una superfi<br />
cie y, de hecho, es una superfi cie de proyección que reenvía a espacios que,<br />
justamente, no son lineales ni están orga nizados sobre un plano de superfi cie.<br />
A propósito de la pregunta de Mauricio Abadi, diré que el problema<br />
reside en la relación entre el sistema de signos propios del len guaje y el<br />
sistema de signos de la semiótica. Recientemente he parangonado los<br />
aportes de Saussure, Lacan y Peirce, que es un inspirador de Lacan. Peirce<br />
describe el signo que llama “representamen” como una estructura triádica<br />
(sujeto, objeto, interpretante) creada en la mente de aquel a quien el signo<br />
es dirigido. Señala de este modo que todo puede ser interpretado, pero<br />
yo creo que no podemos in terpretar más que lo que se presta a la interpretación.<br />
Cuando interpretamos, en cambio, algo que no se presta a la<br />
interpretación, cuando, en otras palabras, crea mos sentido donde no lo hay,<br />
la comunicación se vuelve circular o se detiene, porque nada la relanza.<br />
No hablo de progreso, pero sí de modifi cación, de transfor mación del<br />
sistema, de modo que las cosas aparezcan de una manera com pletamente<br />
diferente. Pero el problema es todavía más grande, porque, como ha dicho<br />
Benveniste, el lenguaje es el interpretante de todos los otros sistemas<br />
de signos. Es decir que existe una pluralidad de sistemas de signos que<br />
son organizados con una modalidad no lingüística, pero que pueden ser<br />
retomados por el lenguaje mismo.