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hermosas; dijo guiñándole el ojo.
-¡Ay gracias! Qué alago, caballero.
-Es un gusto; le dijo tomándola de la cintura para acercarla a él, se acercaba la lluvia;
vení, no te mojés, aunque parece que te vas a mojar más luego, después que te
deje ir; dijo sintiéndose culpable de que vivía lejos de ella y cambiaría de ruta unos
kilómetros después de acompañarla.
-Sí, que lástima que no me pueda ir con vos en todo mi camino.
-Sí, me encantaría ir con vos pero, no solo este camino.
-¿Cómo? ¿Cuál camino?, no te entiendo…
-No, olvídalo, es una tontería, ¡oye!, yo no tengo tu número telefónico ¿me lo querés
dar?, muchacha.
-Claro; le dio su número de teléfono y siguieron hablando sobre las notas que les
entregaron en la lección pasada.
-Bueno; ahora te toca mojarte, querida! -Ya habían pasado veinte minutos desde que
empezaron a charlar, pero el tiempo pasó rápido. –Diay, toca. –Si querés te presto mi
abrigo para que no te mojes mucho. –Está bien; le dijo cálidamente.
Le colocó su abrigo con mucha delicadeza y le dio un tierno beso en la mejilla.
-Gracias. –dijo ruborizada siguiendo su camino y así mismo, pensando; ¿A cuál camino
se refería?, ¿por qué me quiso prestar su abrigo? Y muchas preguntas más.
Al pasar el día, el amanecer llegó a su puerta y Miranda tal vez se tendría que levantar
para responder sus preguntas, pero antes, se quedó pensando ¿por qué pensaba tanto
en él? En esos últimos días, esta pregunta se sumó a su lista de incógnitas, pero desde
hace varios días ya, se había dado cuenta, que se estaba encariñando con ese que
era más que su compañero, un amigo, Carlos. Pero; lo que pasó desapercibido para
ella fue que aquel muchacho la lastimaría y le arruinaría el año en que había planeado
tener las mejores notas y los mejores promedios de su colegio para enorgullecer a
su madre que, con tanto esfuerzo, la sacó adelante después de que su padre había
fallecido hace un año.
-Saquen el cuaderno, jóvenes; dijo la profesora de español, habían pasado ya 4 meses
desde que había hablado con aquel chico que tenía aquella mirada profunda, con los
ojos tan negros como la noche y la piel tan blanca como las nubes del bello amanecer.
Pero… ¿Las apariencias engañan?...
Todos sacaron los cuadernos y dijeron al unísono
-¿Hay que escribir mucho?
-Sí; afirmó la profesora con voz tosca; y si se siguen quejando, tendrán que copiar
más.
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