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Unas semanas más pasaron, y un día de aquel mes de noviembre, dejaste de ir
a la biblioteca; y al día siguiente a ese pasó lo mismo, y el posterior igual. En ese
momento estábamos en las últimas semanas de clases: como una de mis teorías me
decía, quizás solo ibas a la biblioteca para hacer trabajos.
Aunque dejaste de ir con totalidad, yo seguía asistiendo a la biblioteca casi diariamente.
En una de mis visitas me fui más temprano de lo usual ya que parecía que iba a llover.
Mientras caminaba hacia mi casa, mi sombrilla se rompió. Salí corriendo a refugiarme
a lo que parecía una parada de bus, aunque estaba totalmente vacía. Me quede ahí
esperando pacientemente, a que un vendedor pasara milagrosamente por aquí, o que
la lluvia cesara al menos, un poco.
Una persona un poco mojada llegó corriendo, con un paraguas levemente roto,
mientras refunfuñaba entre dientes. La miré disimuladamente, ya que parecía ni haber
notado mi presencia. Me miraste en el mismo momento en que yo lo hice, y me di
cuenta de que eras tú: la persona a la que yo observaba en secreto. Me preguntaste
con una voz grave, sin embargo, no grosera, si mi paraguas también se había roto;
yo solamente dije que si con la cabeza. El silencio reinó luego de eso, ya que no
hay ningún tema que pueda sacar con un desconocido. La lluvia paró luego de unos
minutos en silencio. Suspiraste aliviado, me volviste a ver con una sonrisa en tu cara
y te despediste de mí con la mano.
Y así es como terminó todo; no te he vuelto a ver, ya que las clases han terminado,
y con esta carta pongo todos mis deseos de poder verte el próximo año, y si fuera
posible también conocerte. Al menos saber tu nombre, y así ponerle un nombre a esta
carta. Y como dije al principio, posiblemente esta carta solo sea una más, pero hago
esto para ver si me armo de valor y logro contarte mis sentimientos.
Hasta entonces, guardaré esta carta con cariño.
Espero verte algún otro día.
Atte. Cristal
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