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máscaras para uso diario. Y sí, como a ustedes, y como a mi persona, el concepto
no solo era estrafalario, sino ridículo, aunque acepto que rompió muchos esquemas:
masiva campaña publicitaria “lava cerebros”, famosos promocionando este producto,
influencia de la más cercana potencia donde la “máscara “era ya un fenómeno” nos
hicieron entender que NO PODÍAMOS VIVIR SIN ELLO. No es por casualidad que
sea el “orgulloso” dueño de la máscara N.64 de la producción de la región en la que
habito.
Ahora nada más me mantiene vivo el recuerdo de cómo eran las sonrisas y la gente
de verdad…
Los días están disfrazados. Son calles sin una cara que “manche” el “paisaje” que
formamos los “individuos unidos”, todos con nuestra careta bien puesta.
Se me ofreció un puesto de control de calidad en la fábrica regional de la marca “a la
que agradecemos por su grandísimo aporte a nuestro país”, donde me ganaba el
pan de cada día, revisando mediante selección de muestras la producción de todos
los días. Cualquier máscara que no cumpliera “los requerimientos necesarios” (dígase
QUE NO SEA IGUAL A LAS DEMÁS), iba a ser desechada con el fin de garantizar un
producto “útil y funcional por mucho tiempo” a la clientela. Y déjenme agregar que
es un negocio rentable: se trajo una partida que abarrotó al 90% de los habitantes
de la región, vendiéndose todo en una semana (con maniobras previas, llámese
“publicidad e influencia”). Se construye una fábrica que procure abastecer a la región.
Puede parecer distópico, pero en realidad si es el sueño de cualquier industria: en sí
mismo, la idea de una máscara conquistó un 100% de mercado mundial, haciendo
el uso de máscaras tan necesario como el alimento.
Las máscaras nos conquistaron.
El suceso que me tiene contando mi historia ocurrió una tarde como todas
(naturalmente), a la hora de salida del trabajo: Suenan alarmas y gritos por parte
de las autoridades llamando a la calma. Se habla de un “simulacro”. En el preciso
instante que iba a seguir mi marcha fui empujado por una mujer, a la que observé
sin máscara. Recordé los amargos acontecimientos de mi experiencia, pero no pude
odiar, sino que una parte de mi “revivió”. Detrás de la mujer venía un ejército de
Señaladores (nuestras autoridades, velan por el “orden” de la ciudad). Que luchaban
por apagar la luz que generaba aquel momento. Agrego que nunca, después de la
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