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Luna para sus propios fines.
El soldado no sabía muy bien qué hacer; pero, al final, decidió ayudarla aun sabiendo
que ello le costaría la pena capital. El amor que sentía por ella bien valía ese sacrificio.
Con la ayuda de otros rebeldes, el soldado pudo rescatar a Luna. Sin embargo, el rey
persiguió al soldado sin descanso. Ni siquiera pudo encontrar un refugio seguro en el
interior de la barrera. Creyendo que el espíritu de la luna le ayudaría a sobrevivir en
el emponzoñado mundo exterior, el soldado decidió arriesgarse y atravesar la barrera
con tal de ayudar al espíritu de la luna, aun arriesgando su propia vida.
El soldado se dirigió a la barrera con las pocas fuerzas que le quedaban; mas el rey
no dejaba de perseguirlo.
Finalmente, consiguió despistarle y la atravesó. El mundo de fuera era diferente del
infierno ponzoñoso y oscuro que se había imaginado. En su lugar, el sol brillaba
resplandeciente, las mariposas revoloteaban por las flores, el agua fluía por los
riachuelos, era un precioso paraíso como en antaño lo era el mundo. El soldado liberó
al espíritu de la luna y la contempló hasta que desapareció entre las nubes, en su
camino al cielo.
Luego, el soldado volvió a penetrar en la barrera; podría haber seguido viviendo en
el mundo exterior, pero creyó que sería mejor enseñarles a todos de dónde había
venido. No obstante, lo apresaron los guardias del rey. Este no solo hizo oídos sordos
a los alegatos del soldado, sino que, también, lo condenó a muerte.
Además, en vista de los servicios prestados al reino, su sentencia fue condonada. Eso
sí, el rey lo transformó en un insecto usando un misterioso poder y lo expulsó del
reino.
El espíritu de la luna, apenada por estos sucesos llamó al soldado a los cielos, junto a
ella. Y vivieron felices por toda la eternidad entre las hermosas estrellas.
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