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Emily, su hermana, era uno de esos ángeles que Dios lanza a la tierra, para recordarnos<br />

su grandeza: sus ojos eran grandes, de un color miel intenso, pero de una miopía<br />

extraordinaria, poseía, a pasar del síndrome de Down, una gran inteligencia y la<br />

profunda sensibilidad de estas almas nobles. Todo despertaba en ella, al contrario de<br />

Isabela, un vehemente deseo por aprender.<br />

Isabela miró a su hermana y en sus ojos se reflejó un cúmulo de sentimientos<br />

encontrados: impotencia, ternura, lástima. Deseó con todo su corazón ocupar su<br />

lugar sobre aquella muda silla de ruedas y una lágrima corrió a intervalos por su<br />

blanca mejilla.<br />

– ¿Qué te pasa hermana? ¿Por qué me miras así?-interrumpió Emily-.<br />

– No, solo pensaba en qué te gustaría ser cuando seas grande.<br />

– Sabes una cosa hermana, a mí me hubiera gustado ser bailarina, y escuchar el<br />

aplauso de un público entusiasta, pero tampoco me quejo de estar sentada todo el<br />

tiempo y carecer de la vista, aunque hubiera sido fantástico poder apreciar mi sonrisa<br />

en el espejo. Isabela guardo silencio, mientras una corona de espina se atoraba en<br />

su garganta. Desde ese día Isabela se volvió taciturna, se alejaba sin pretexto de sus<br />

compañeros y casi no respondía a las preguntas de sus profesores…<br />

– Isabela, Isabela, te estoy hablando, pasa a la pizarra y escríbeme una oración que<br />

tenga tres verbos.<br />

No dijo nada, se levantó navegando en su indiferencia y la plasmó sobre el pizarrón:<br />

“Aprender, vivir, sonreír”.<br />

– Isabela, dije una oración con sentido, no solo los tres verbos.<br />

– Quizá no lo entiendas profesora- dijo Isabela-.Pero la vida me ha enseñado que la<br />

risa es el motor de la existencia, pero ella huyó de mí.<br />

Cada tarde regresaba a su casa, hacía la tarea con desgano, inventaba cualquier<br />

excusa para alejarse de su hermana y refugiarse en su cuarto a desgranar su odio y<br />

su dolor. Detestaba cuidar a Emily, y algunas veces lo decía a viva voz sin importarle<br />

el daño que causaba.<br />

Era diciembre, el aire estaba lleno de un olor a ciprés y a brisa fresca de las alturas<br />

de Palmira, Isabela abrió la ventana y llenó sus pulmones con aire decembrino. Todo<br />

había quedado atrás: su año lectivo reprobado, el entierro de Emily, incluso el dolor<br />

de la pérdida se había mitigado. Sabía que debía empezar, después de diciembre<br />

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