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abuela era una persona sana, fuerte y esencialmente una persona sin el peso de 2
años de quimioterapia sobre sus hombros.
Su mente suprimió el resto.
Estaba en el velorio, todos de negro, con sombreros ridículos y ella aún no sabía cómo
había llegado a allí, ¿en bus? ¿En carro? No lo sabía.
Tomó entre sus dedos un corto mechón castaño y le dio vuelta mientras intentaba
recordarlo.
Tenía hambre y su estómago gruñía, llevaba 7 horas sentada en la misma posición y
ya no sentía el trasero, llevaba 5 de esas 7 horas mirando el vacío.
Su madre no estaba ya que andaba con su novio en quién sabe dónde. Y su tía, la
única que siempre se preocupó realmente por si comía o no, debía atender a los que
llegaban y consolar a su esposo, evidentemente no tenía tiempo para nada más que
para eso y sus hijos. Nadie la consoló a ella.
Pero María no lloró, porque había muchos hipócritas y ella ya había llorado en la
privacidad de su cuarto. Por ello era que María andaba lentes oscuros a media noche.
Sus ojos hinchados y rojos no eran dignos de despedirse de su abuela Francis.
Se levantó por fin, con las piernas entumecidas y un doloroso cosquilleo en la parte
posterior de sus piernas y salió a despedirse de su abuela con las estrellas.
Una última lágrima rodó mientras el aire besaba sus labios con el más triste “adiós”.
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