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la cual llamaba con un fuerte mugido a su pequeño ternero.
Hoy es domingo día de San Isidro Labrador, mi abuelo ya está enyuntando los bueyes
con la carreta pintada, la cual trajo desde San Ramón.
Todos estamos listos y muy contentos porque vamos al desfile de boyeros al Tablón
de Cartago.
Nos levantamos tempranito para alistar el almuerzo en hoja de plátano, el agua dulce
y el café. Nos están esperando bajo el árbol del Higuito, ahí están Agustín, Paulo
con la Carmela, “Pichicumis” y en el camino al Tablazo se nos unirán los “Puripuri” y
“Compadrito”, todos con sus mejores carretas.
Los boyeros alegran el camino con sus “guipipía” y sus anécdotas, un trago de
contrabando alegra el espíritu y acelera la marcha. Ya está amaneciendo estamos por
llegar al alto de Colpachí donde haremos una parada para almorzar en algún potrero.
Antes de unirnos al desfile, son más de cien carretas, todos los campesinos luciendo
sus mejores bueyes, lucen sus sombreros de ala ancha y sus camisas blancas bien
aplanchadas.
Hemos encontrado el lugar más bonito, desde aquí no nos perderemos ningún detalle
del desfile ahí vienen los coloradillos de don Pedro Romero son unos novillitos, recién
conocen el chuzo, su pelaje refleja el gran cuidado de su amo, más adelante se ve la
gran cornamenta de un imponente par de bueyes pintados. Nadie les quita la mirada,
son de los Mora quienes los lucen orgullosamente y así van pasando una a una las
yuntas con sus carretas y sus orgullosos dueños que caminan adelante imponiendo
respeto a sus fieles amigos, quienes les ayudan durante todo el año a cumplir la
faena. En el campo, este día es especial, hoy no se trabaja, no se muele la tarea en
el trapiche ni se la jala la carga de leña ni el rastrillo, solamente se luce la carreta y la
cornamenta, el pelaje y el respeto.
Los chiquillos ya cansados buscan a sus padres ya casi es hora de partir, mi abuelo
me regaló una peseta para que me comprara un algodón de azúcar y mis tíos traían
algún trofeo que se habían ganado con los otros chiquillos; trompos, bolinchas que
llenaban sus bolsillos.
Por la tarde regresamos todos cansados pero felices. Mi abuelo algo mareado por
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