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miró, la profesora le dijo que se fuera al salón porque nos tenía una sorpresa. Llegó al
salón, nos miró con tanta ansiedad y con una voz tierna nos invitó a participar en una
olimpiada de cuento y poesía con otros colegios. En un instante Margarita se reflejó
tan pálida, que la profesora mostró un gesto de profunda preocupación.
Pasaron las semanas y un día Margarita le confesó que había escrito todo ese tiempo
poesías. La profesora no podía creer que una de sus estudiantes era poeta de corazón
y en ese mismo instante la inscribió en la competencia.
La profesora le dijo que darían muchos premios, pero Margarita no pensaba en los
premios sino en cristalizar su sueño de poeta. Llegó el día del evento y Margarita
temblaba, estaba fría ante la retrasada decisión del jurado. En ese momento, quizá
sintió el frío y la larga espera de un infractor, mientas espera en la sala de juicio la
decisión de un tribunal.
De pronto, apareció el maestro de ceremonias con un papel en su mano. Quizá vendría
el nombre de ella entre el desfile de los tres primeros lugares. Pero, no, su nombre
parecía que había sido desterrado de aquel concurso.
Muy lejano, atónita escuchó las gracias y despedida que daba el feliz maestro de
ceremonias a los participantes y al público. De pronto, se acercó un anciano a su lado,
quien era parte de aquel ingrato jurado y le dijo:
– Niña, tienes alma de poeta y mente talentosa. No siempre se gana, pero la experiencia
vale más que un pergamino. Veo en ti un futuro de mucha tinta artística. Tienes que
seguir escribiendo y se marchó sin dar tiempo a Margarita de expresar alguna palabra.
Entonces, Margarita se retiró del lugar con mucha paz y alegría. Comprendió que su
sueño de poeta ya se había realizado y que pronto vendría otro certamen.
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