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Las mujeres tampoco lloran
CENTRO EDUCATIVO: Conservatorio de Castella
DIRECCIÓN REGIONAL: Heredia
BIBLIOTECÓLOGO: Martha Brenes Umaña
DOCENTE: Laura Flores Valle
AUTOR: Abril Elizondo Bonilla
SECCIÓN: 8-2
ontinúe -dijo el hombre de las manos de la muerte y los ojos de la vida.
- Yo estaba sentada en una banca del Parque de la Paz, cuando sentí que alguien
me tiró hacia los arbustos. Tensé mi cuerpo, pensé en gritar, pero la persona tapó
mi boca, y quedé inconsciente…
Cuando desperté, estaba atada al árbol de un patio. Volví a ver hacia todas partes,
asustada. Me alarmé al ver en un rincón a un pequeño niño… Yo lo conocía, estaba
segura de eso, pero el pequeño… no tenía sus dulces ojos; ambos se habían salido,
como en las caricaturas, pero en la vida real. Sus pequeños deditos de ángel tenían
unas marcas extrañas que luego reconocí. Eran mordeduras… mordeduras humanas
que iban en ascenso hasta sus muñecas y allí, sus antebrazos estaban llenos de
quemaduras y cortadas que se mezclaban entre sí; tenía el estómago cosido, en
forma de una enorme “C” con los extremos descosidos, haciendo que de él chorreara
sangre.
“Carter”, pensé con miedo.
Carter; ese era su nombre. Él se estaba desangrando… Seguía vivo, sin embargo, pero
estaba a punto de morir. Intenté zafarme del maldito árbol al que estaba atada, pero
no lo conseguí. Entonces me quedé allí, observándolo, gritando, desesperándome…
No sé cuánto tiempo pasó, no sé cuándo fue que mis gritos de auxilio se transformaron
en susurros de ayuda; tampoco sé cuándo mis muñecas empezaron a arder producto
de la presión que ejercía en ellas. De un pronto a otro me fui quedando dormida, por
la sed y el calor de ese abominable lugar.
Me desperté por la pegajosa sensación de la sangre del pequeño, que había llegado
hasta mi mano. Me espanté y hui de aquel árbol cruel hasta la puerta de un color
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