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Lo conocí hace algunos años, cuando su rostro aún era inocente, sus ojos irradiaban
felicidad, sus dientes caries, y su alma pureza.
Este joven, que ahora es un miserable viejo de 60 años, no siempre lo fue.
Tenía una familia, amigos, y todo eso que ustedes acostumbran.
Pero un lamentable accidente, me obligó a aparecer por primera vez, y llevarme lo
que más quería. Pero, este niño, no era como los demás, era especial, Jim tenía un
don sorprendente, que si lo hubiera desarrollado de manera correcta, hubiera hecho
mucho bien, pero no, lo utilizó de la peor manera posible.
Se preguntarán, ¿cuál es ese don? Tranquilos, no desesperen, se los diré. Jim tenía
la habilidad de entrar en los sueños de las personas, de manipularlos, ya fuera para
bien, o para mal. Desgraciadamente, lo hizo para mal.
Jim se metía en el subconsciente de su víctima, lo conocía, lo estudiaba, se acercaba,
y por último lo manipulaba, haciéndolo sentir la persona más miserable, inútil,
detestable y aborrecible de este planeta, y como si fuera poco, le robaba sus sueños,
sus esperanzas, sus anhelos.
Y este era su tesoro, guardaba todos los sueños que robaba en un frasco, exhibiéndolos
en su casa, como sus más preciados tesoros.
Pero, su don fue su perdición, esta vida de ladrón, lo llevó a convertirse en una
persona miserable y amargaba, que robaba sueños a los demás, porque él ya no
tenía; además, un ladrón de sueños no tiene una vida muy larga, ya que con cada
sueño que roba, una parte de su alma se marchita.
Por ello, hoy, en esta noche tan fría, lo encuentro tirado, agonizando, diciendo sus
últimas plegarias, y yo aquí, observando cómo se debilita, esperando su máximo
momento de debilidad, para posar mi mano sobre su hombro, y llevarme su alma
marchita, hacia el más allá, a lo eterno.
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