ANALECTAS-Confucio
Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C. El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo periodo.
Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y
vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El
texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas
cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos
de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la
recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C.
El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido
cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen
algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e
innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el
lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo
periodo.
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4.11. Hombre común: como concepto, opuesto al de «caballero», presenta una evolución<br />
simétrica. Originalmente tenía un significado social (plebeyo) y <strong>Confucio</strong> lo sustituyó por un<br />
contenido moral: una persona mediocre y vulgar.<br />
4.13. Mostrando deferencia: literalmente «plegarse» (rang), precepto fundamental de la<br />
ética política confuciana. Un caballero aborrece las rivalidades y evita el conflicto y la<br />
competición; cuando se le ofrece una posición de liderazgo, un hombre decente debe<br />
declinar la oferta al principio.<br />
4.15. Shen: Zeng Shen (Maestro Zeng) que ya ha aparecido en el pasaje 1.4<br />
Reciprocidad: Shu, según la propia definición de <strong>Confucio</strong> (véase 15.24), esta virtud<br />
consiste en «no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti». Para algunos<br />
comentaristas, «lealtad» (zhong) designaría aquí el aspecto positivo del mismo principio. Se<br />
han desarrollado explicaciones más amplias para exponer la importancia cardinal de zhong y<br />
shu, pero no son muy convincentes. Es difícil escapar al sentimiento de perplejidad de que la<br />
explicación del maestro Zeng es más bien decepcionante.<br />
4.20. El hijo no ha alterado el proceder del padre...: es una repetición de la máxima<br />
encontrada en el pasaje 1.11, ligeramente abreviada.<br />
Un buen hijo: hijo que practica la «piedad filial» (xiao). Aunque <strong>Confucio</strong> elogiaba<br />
repetidamente la piedad filial, fue el confucianismo imperial el que la ensalzó como virtud<br />
fundamental (no olvidemos que <strong>Confucio</strong> murió ¡350 años antes de que el confucianismo se<br />
convirtiera en la ideología estatal!). En siglos posteriores, tratados morales y relatos<br />
ejemplares desarrollan más este tema, llevándolo a veces a extremos desagradables y<br />
terribles, mientras que el confucianismo era convertido en una doctrina de sumisión,<br />
adquiriendo así los rasgos opresivos y oscurantistas que lo hicieron odioso para las<br />
generaciones contemporáneas y provocó los movimientos virulentamente anticonfucianos del<br />
siglo XX. (Lo que, sin embargo, esos movimientos pasaron completamente por alto fue el<br />
hecho de que el confucianismo imperial había aislado arbitrariamente el precepto de la<br />
obediencia, eliminando el deber simétrico de desobediencia que originalmente lo completó —<br />
sobre este último aspecto, véase la nota 4.26).<br />
Para el lector occidental que nunca tuvo que soportar la tiranía de la tradición china, seria<br />
más fácil despojar a las Analectas de los añadidos distorsionantes dejados por 2.000 años de<br />
práctica autoritaria y abordar a <strong>Confucio</strong> sin prejuicios. Podremos entonces descubrir en los<br />
puntos de vista confucianos una respuesta oportuna a los problemas que acucian a nuestra<br />
propia sociedad. Sobre este tema de la comunicación entre los viejos y los jóvenes, los<br />
antropólogos no se dan cuenta de que la crisis que presencia actualmente el mundo puede<br />
poner en peligro la misma supervivencia de nuestra civilización: «Una sociedad que trata a<br />
sus jóvenes como una entidad separada pagará un terrible precio por esta miope<br />
condescendencia: es un signo de que la generación establecida ha perdido fe en sus propios<br />
valores y está abdicando de su responsabilidad. Una sociedad sobrevivirá sólo si es capaz<br />
de transmitir sus principios y valores de generación en generación. En cuanto se siente<br />
incapaz de trasmitir cualquier cosa, o cuando ya no sabe qué es lo que debe trasmitir, deja<br />
de ser capaz de sostenerse a sí misma» (Claude Lévi-Strauss y Didier Eribon, De pis et de