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ANALECTAS-Confucio

Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C. El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo periodo.

Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y
vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El
texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas
cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos
de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la
recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C.
El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido
cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen
algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e
innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el
lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo
periodo.

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interpretación. Tras los traumáticos desórdenes que habían marcado el final del periodo Tang<br />

y de las Cinco Dinastías, y por enfrentarse a la amenaza permanente de los bárbaros del<br />

norte, que desafiaban la misma supervivencia de la unidad del Imperio, la prioridad más<br />

urgente consistía en mantener una autoridad central fuerte que pudiera impedir la<br />

desintegración política. Por esta razón, los eruditos estaban ansiosos de sacar una lección<br />

del enemigo, y para ellos era saludable —y urgente— considerar esta paradoja: incluso los<br />

bárbaros pueden apreciar las ventajas del poder centralizado; ¿vamos a quedar detrás de<br />

ellos a este respecto?<br />

La segunda lectura —que otorgaba una superioridad a los bárbaros— estaba<br />

naturalmente unida a un deseo de complacer a los eruditos no chinos. Así, Arthur Waley<br />

tradujo sin vacilación: «Los bárbaros... han mantenido a sus príncipes. No están en un<br />

estado de decadencia como lo estamos en China.» Antes de él, fray Séraphin Couvreur<br />

(1895) ya había mostrado el camino: «Los bárbaros que tienen príncipes son menos<br />

desdichados que los numerosos pueblos de China que ya no reconocen la autoridad de<br />

éstos.»<br />

Puede ser tentador pensar que <strong>Confucio</strong> era capaz de trascender las limitaciones de su<br />

propio mundo cultural y que podía encontrar algún mérito en los bárbaros. ¿Pero podría<br />

justificarse esta lectura? Encajaría ciertamente con el punto de vista de <strong>Confucio</strong> sobre la<br />

extraordinaria importancia de la autoridad real. Las instituciones dinásticas de Zhou eran<br />

para él la verdadera piedra angular del orden civilizado, la única barrera contra las rivalidades<br />

feroces de los señores feudales. Creía que sólo una restauración del poder real podía<br />

impedir la desintegración social. Desde este punto de vista, los bárbaros que conservaban a<br />

sus reyes podían naturalmente ser tomados como un modelo a seguir por los chinos.<br />

Pero se puede igualmente desarrollar un razonamiento opuesto: <strong>Confucio</strong> no veneraba la<br />

monarquía en sí misma. El poder del rey no era importante por sí mismo, sólo era válido<br />

como instrumento y condición de la civilización. La civilización era el valor absoluto; sólo la<br />

civilización distinguía a los chinos de los bárbaros, y en ella se basaba su superioridad;<br />

incluso con sus reyes, los bárbaros no podían igualarse a las naciones civilizadas, aunque<br />

estas últimas pudieran desgraciadamente verse privadas de un soberano.<br />

Sin embargo, hay que dar la palabra final a la filología y no a la filosofía. Al final de los<br />

finales, todo depende del significado de buru, literalmente «no ser como». Parece que en el<br />

periodo inmediatamente anterior al periodo Qin (especialmente en las Analectas —por<br />

ejemplo, en los pasajes 5.9 y 6.20—), esta expresión significaba casi siempre «no igual a»,<br />

«ser inferior a», «no valer tanto como». Si éste es también aquí el caso, deberíamos concluir<br />

que <strong>Confucio</strong> creía que los bárbaros eran inferiores a los chinos. Esta conclusión no es<br />

sorprendente.<br />

3.6. Monte Tai: el Pico Oriental (que se halla en la actual Shandong), una de las cinco<br />

montañas sagradas más importantes. Ofrecer un sacrificio al espíritu del Monte Tai era un<br />

privilegio exclusivo del Hijo del Cielo, y constituía la liturgia más solemne y sublime del<br />

mundo civilizado. La insolencia del cabeza de la familia Ji era abiertamente sacrílega.<br />

Ran Qiu: discípulo de <strong>Confucio</strong>; su nombre de cortesía era Ziyou (que no debe ser<br />

confundido con Yan Yan —mencionado en la nota 2.7—, cuyo nombre de cortesía Ziyou se<br />

escribe con otro carácter para representar you). Ran Qiu estaba al servicio del clan Ji y, por<br />

ello, <strong>Confucio</strong> esperaba que fuera capaz de persuadir a su señor para que desistiese de ese<br />

insolente propósito.

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