ANALECTAS-Confucio
Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C. El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo periodo.
Las Analectas constituyen el único texto en el que puede encontrarse al Confucio real y
vivo. En este sentido, las Analectas son a Confucio lo que los Evangelios son a Jesús. El
texto, que consiste en una serie discontinua de afirmaciones breves, diálogos y anécdotas
cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas de discípulos (discípulos y discípulos
de éstos), a lo largo de unos 75 años tras la muerte de Confucio, lo cual significa que la
recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alrededor, del año 400 a. de C.
El texto es como un edredón multicolor hecho de piezas: son fragmentos que han sido
cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad desigual, por lo que a veces existen
algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e
innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el
lenguaje y la sintaxis de la mayoría de los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo
periodo.
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y opresión. Todos los grandes movimientos revolucionarios de la China del siglo XX han sido<br />
firmemente anticonfucianos, y no es difícil simpatizar con ellos. De hecho, si se me permite<br />
invocar aquí una experiencia personal, todavía recuerdo la decepción manifestada por varios<br />
amigos chinos al enterarse de que estaba traduciendo las Analectas de <strong>Confucio</strong>: se<br />
preguntaban cómo podía haber caído repentinamente en esa especie de regresión intelectual<br />
y política.<br />
Realmente no siento la necesidad de justificar la orientación que he tomado en mi<br />
trabajo. Pero seria muy fácil brindar dicha justificación por una razón obvia: a lo largo de la<br />
Historia ningún otro libro ha ejercido tanta influencia sobre tal número de personas y a lo<br />
largo de tanto tiempo como esta pequeña obra. Su afirmación de la ética humanista y de la<br />
fraternidad universal del ser humano ha inspirado a todos los países del Este asiático y se ha<br />
convertido en el fundamento espiritual de la civilización más populosa y antigua de la Tierra.<br />
Si no leemos esta obra, si no apreciamos cómo fue entendida en cada época (y también<br />
malentendida), cómo fue utilizada (y también se abusó de ella), en una palabra, si la<br />
ignoramos, estamos perdiendo la clave más importante y única que puede hacernos acceder<br />
al mundo chino.<br />
Y cualquiera que permanezca ignorante de esta civilización, al final sólo puede alcanzar<br />
una comprensión limitada de la experiencia humana. Esta única consideración bastaría para<br />
justificar nuestro interés en <strong>Confucio</strong>, aun cuando hubiera tenido el carácter tan desagradable<br />
con el que muchos e importantes intelectuales chinos llegaron a describirlo a principios de<br />
este siglo. No me corresponde a mí decir si lo tuvo o no. <strong>Confucio</strong> puede hablar por sí<br />
mismo; y lo maravilloso es justamente que, después de veinticinco siglos, a veces parece<br />
que está abordando directamente los mismos problemas de nuestro tiempo y de nuestra<br />
sociedad.<br />
Pero esta modernidad de <strong>Confucio</strong> es un aspecto que quizá, y paradójicamente, los<br />
lectores no chinos se hallen en una mejor posición de apreciar. La única ventaja que<br />
podemos sacar de nuestra condición de extranjeros ignorantes es precisamente la<br />
posibilidad de considerar esta obra como una especie de inocencia imparcial, como si fuera<br />
una obra reciente totalmente nueva. Esa inocencia le es negada a los lectores nativos. Para<br />
ellos, las Analectas es el clásico por excelencia. Y antes de seguir, deberíamos considerar<br />
brevemente lo que significa el concepto de «clásico».<br />
La naturaleza de un clásico<br />
Un clásico es esencialmente un texto abierto, en el sentido de que conduce<br />
constantemente a nuevos desarrollos, nuevos comentarios y diferentes interpretaciones. Con<br />
el paso del tiempo, estos comentarios, interpretaciones y glosas forman una serie de capas,<br />
depósitos, acrecentamientos y aluviones que se acumulan, aumentan, y se superponen unos<br />
sobre otros, como las arenas y los sedimentos de un río de aluvión cuyo cauce ha sido<br />
obstruido. Un clásico permite incontables usos y abusos, comprensiones y malentendidos; es<br />
un texto que continúa creciendo —puede ser deformado y enriquecido—, pero retiene una<br />
identidad esencial, aunque no pueda ya recuperarse plenamente su forma original. En cierta<br />
entrevista, Jorge Luis Borges dijo: «Los lectores crean de nuevo los libros que leen.<br />
Shakespeare es hoy día más rico que cuando él escribía. Cervantes también. Cervantes fue<br />
enriquecido por Unamuno. Shakespeare fue enriquecido por Coleridge y Bradley. Así es<br />
como crece un escritor. Tras su muerte, continúa desarrollándose en la mente de sus<br />
lectores. Y la Biblia, por ejemplo, hoy día es más rica que cuando se escribieron sus diversas