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El toque de corneta sorprende a Zamora en la silla de su caballo, lanza en<br />
mano, bañado en sangre hasta casi parecer uno de los secuaces de Espinoza,<br />
desgreñado, con las vestiduras desgarradas, respirando por la boca, casi sin<br />
aliento.<br />
El último rayo del sol poniente reluce en la ensangrentada punta de lanza de<br />
Gavilán.<br />
Zamora vuelve a izquierda y derecha la mirada, ve que no hay nadie a su lado<br />
atacándolo, y luego mira con los ojos desorbitados el campo delante de él.<br />
En el suelo, una abigarrada masa de cuerpos humanos, entrelazados, con ropas<br />
desgarradas, ensangrentados, algunos con lanzas clavadas, como una imagen<br />
de pesadilla en la fantasmal oscuridad, que crece como la de un eclipse.<br />
Zamora recupera el aliento, los ojos desorbitados, sin poder acostumbrarse al<br />
espantoso espectáculo de la muerte en masa.<br />
La sombra se va haciendo rápidamente sobre él, como si la puesta del sol lo<br />
sumiera en una pavorosa tiniebla espiritual.<br />
Un bronco mugido, parecido al de los cuernos de ganado que tocaban los<br />
hombres de Martín Espinoza, sube de volumen hasta volverse enloquecedor.<br />
Cuando la sombra está a punto de hacerse total, Zamora divisa al Perro,<br />
montado en su caballo, terciado el arco, en el brazo la lanza, con un saco casi<br />
lleno de macabros bultos ensangrentados, bañado en sangre el rostro en el cual<br />
blanquean los ojos clavados en Zamora y los dientes que dibujan una sonrisa<br />
de complicidad demencial.<br />
Zamora dirige su caballo lentamente hacia el de El Perro, y el Perro dirige su<br />
caballo hacia Zamora.<br />
La sombra total borra la aparición, que se mueve con lentitud de pesadilla.<br />
ESCENA 27<br />
EXTERIOR. MADRUGADA. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />
EFECTO ESPECIAL: como si se tratara de un astro que resurge de un<br />
eclipse, se levanta del horizonte a velocidad algo mayor que la normal el<br />
rojizo sol, que parece no poder dispersar la tiniebla.<br />
Ante Zamora, que parece sumido en un trance, reaparece lentamente, como<br />
una pesadilla que vuelve, el mosaico de cuerpos entrelazados y<br />
ensangrentados.<br />
Un corneta toca la diana recortado contra un cielo en el cual apenas clarea.<br />
Zamora, a caballo, todavía ensangrentado, con las vestiduras desgarradas por<br />
el combate, grita a varios oficiales de caballería:<br />
ZAMORA:<br />
-¡A perseguirlos! ¡Hay que acabar esta guerra ya!