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Zamora pasa por Caracas con Gaspers y sus llaneros para comprar<br />
bastimentos para su pulpería en Villa de Cura, y cabalga ante una casa en la<br />
cual un cartelón anuncia: “Imprenta Valentín Espinal”.<br />
Del zaguán sale el abogado Antonio Leocadio Guzmán, un petimetre<br />
cuarentón de cara afilada, nariz aguileña y largas patillas, que lleva bajo el<br />
brazo un fajo de ejemplares del primer número del semanario El Venezolano.<br />
A su lado, un trabajador de la imprenta, con un delantal y las manos<br />
manchadas de tinta, carga otro fajo de ejemplares. Tras Antonio Leocadio<br />
Guzmán, varios políticos del partido liberal, enlevitados, con sombreros de<br />
copa y cadenas de oro en el chaleco.<br />
Al ver que pasan los arrieros de Zamora y otros transeúntes, y que caballeros<br />
conservadores de levita y sombrero de copa se reúnen en la acera de enfrente,<br />
escandalizados, Antonio Leocadio Guzmán empieza a perorar, esgrimiendo un<br />
ejemplar enrollado del semanario en forma acusadora hacia los señorones de<br />
la esquina opuesta:<br />
ANTONIO LEOCADIO:<br />
-¿Creen que tener las armas es tenerlo todo? ¡Aquí está nuestra<br />
arma! ¡Combatir con el lenguaje de la razón los principios de la<br />
oligarquía política que aflige a Venezuela! ¡Combatir las leyes<br />
que destruyen la propiedad; leyes que hacen espantosa la suerte<br />
del trabajador; leyes que entronizaron la usura, que aconsejaron la<br />
avaricia, que autorizaron las más bárbaras persecuciones contra el<br />
pueblo!<br />
Zamora detiene su caballo, y al escuchar la frase “leyes que entronizaron la<br />
usura” voltea hacia el vociferante político.<br />
Desde la otra acera, agitando su bastón, contesta Cecilio Acosta, un abogado<br />
con pelo ralo y lentes al aire:<br />
CECILIO ACOSTA:<br />
-¡Cuidado, Antonio Leocadio Guzmán! No lo olvidemos: pueblo,<br />
en el sentido que nosotros queremos, en el sentido que deben<br />
querer todos, en el sentido de la razón, es la totalidad de los<br />
buenos ciudadanos. Y los buenos ciudadanos deben tener<br />
propiedad, o renta. Y los que no tienen propiedad ni son<br />
ciudadanos, ni deben votar. ¡Guardémonos de las revoluciones<br />
como de la mayor calamidad!