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VIVIANA:<br />
-Me escondí detrás de las chamizas. Pero nadie<br />
puede matarme, porque tengo que cumplir un<br />
encargo.<br />
ESPINOZA:<br />
-¿No tienes familia?<br />
VIVIANA:<br />
-No tengo a nadie. Mamá no me dejó ni un odio.<br />
ESPINOZA:<br />
-¿Y tu papá?<br />
VIVIANA:<br />
-Nunca dijo su nombre.<br />
Espinoza, todavía arrodillado, levanta la mirada hacia los soldados<br />
prisioneros.<br />
Uno de ellos está parado ante él, con una desastrada gorra militar en las<br />
manos, y le habla, con una voz distante:<br />
SOLDADO:<br />
-Con la venia de usted. Algunos hemos hecho mal.<br />
Casi todos somos reclutados a la fuerza. Hicimos el<br />
mal también a la fuerza. No sería justo matarnos a<br />
todos.<br />
Martín Espinoza se persigna con solemnidad, apoyándose en la lanza.<br />
MANUEL ESPINOZA:<br />
-Tiburcio está pidiendo a Dios que nos ilumine.<br />
Martín Espinoza voltea la cabeza y mira en dirección a una pequeña capilla.<br />
ESCENA 8<br />
EXTERIOR. AMANECER. FACHADA DE PEQUEÑA CAPILLA<br />
Seis de los seguidores de Espinoza, arcos y lanzas en mano, vigilan la entrada<br />
de una pequeña capilla.<br />
De la capilla, montado a caballo, sale el brujo Tiburcio. Sobre sus espaldas<br />
lleva un rico manto, robado a un santo, que contrasta con el pecho desnudo<br />
lleno de rosarios, collares y amuletos y con los andrajosos calzones<br />
desgarrados. En una mano, un cáliz; en la otra una larga cruz, casi como la<br />
vara de una lanza, con pequeños brazos y sin imagen, de la que cuelga una<br />
larguísima banderola que ondula al viento.<br />
Los hombres de Espinoza lo miran, expectantes.