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Capitulo 1.pdf - Carpe Diem

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-¿En este pueblo no hay hombres, carajo? ¡Entonces<br />

vamos a pelear con las mujeres!<br />

El oficial oligarca vuelve a desenfundar el revólver.<br />

Cerca de una docena de mujeres, niñas y niños son empujados hacia la alta<br />

cruz del centro del poblado, hasta que forman alrededor del vástago un<br />

círculo cuyos integrantes gimen, se debaten, se arrodillan. Un perro ladra a los<br />

soldados.<br />

La cámara empieza a alejarse por encima de los techados de palma hasta que<br />

sólo capta los brazos de la alta cruz que se elevan sobre ellos.<br />

Se escuchan disparos, alaridos, el chillido de un perro herido, estrépito de<br />

cacharros y muebles despedazados.<br />

ESCENA 5<br />

EXTERIOR. NOCHE. CAMPOS CERCANOS AL PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO<br />

Martín Espinoza, un indio cuarentón, fornido, de pelo lacio y desarreglado,<br />

con traje de campesino, avanza cautelosamente en la oscuridad, y luego se<br />

tiende en el pajonal, atisbando hacia el poblado de Río Viejo.<br />

A su lado, una docena de campesinos tendidos en el pajonal de la llanura<br />

miran en la misma dirección, apenas armados con machetes, lanzas, y varios<br />

de ellos con arcos y carcajs de flechas como los de los indios caribes.<br />

Con silencioso gesto, Martín Espinoza señala hacia el lejano poblado, donde<br />

titila la luz del rancho de los soldados.<br />

El brujo Tiburcio, un hombre casi esquelético, de enmarañada cabellera, barba<br />

de profeta y ojos desorbitados, que lleva al cuello sobre el pecho desnudo<br />

escapularios y rosarios ensartados con los más disímiles amuletos, tales como<br />

exvotos, vértebras de animal, colmillos de caimán, cuentas de colores y pepas<br />

de zamuro, bendice uno a uno los machetes y puntas de lanza y se los pasa al<br />

Mendigo Negro.<br />

El Mendigo Negro, con su piedra de afilar en el suelo, arranca un chorro de<br />

chispas mientras saca doble filo a la hoja del machete de Martín Espinoza, y<br />

se lo pasa a éste, quien lo amarra con atento cuidado en un asta de impulsar<br />

bongos, que sirve como lanza.<br />

Martín Espinoza contempla la poderosa arma, que por el doble filo<br />

resplandece débilmente a la claridad de la luna.<br />

Martín Espinoza agradece al Mendigo Negro con un gesto de la cabeza, y<br />

hace otro gesto a su más próximo seguidor.<br />

Éste saca una flecha del carcaj, la encaja en la cuerda del arco, y lo tensa con<br />

concentrada premeditación.

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