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de blanco, todavía con apariencia juvenil a pesar de que se acerca a la<br />
cuarentena.<br />
A su lado, paradas, atentas a su menor gesto, dos esclavas negras.<br />
José Antonio Páez entra, alforjas en mano, las polainas y botas y ropas<br />
embarradas, pisando delicadamente como quien entra a escondidas.<br />
Sin desviar la atención del piano, Barbarita dice, con reproche:<br />
BARBARITA:<br />
-¡Teté!<br />
Como un niño pillado en falta, Páez se devuelve hacia una alfombrilla, y<br />
restriega en ella las botas para quitarles el barro y no manchar el lustroso piso<br />
embaldosado. Luego, avanza hacia Barbarita, con la cautelosa ternura del<br />
enamorado.<br />
PÁEZ:<br />
-¿Cómo está mi estrella?<br />
BARBARITA:<br />
-Teté, no haces más que andar por esos llanos, juntando<br />
ganado.<br />
Con la cabeza baja, haciendo una reverencia, las dos esclavas negras<br />
presencian la escena. Páez y Barbarita no les prestan atención, como si no<br />
existieran.<br />
Páez se sitúa tras Barbarita, le toma la cabeza y la acaricia:<br />
PÁEZ:<br />
-Mejor arrear ganado que matar gente.<br />
BARBARITA:<br />
-Esos son oficios de caporal. Ahora eres Presidente, Teté.<br />
PÁEZ:<br />
-Es lo mismo.<br />
BARBARITA:<br />
-Empezaste como caporal de los Pulido en el hato La<br />
Calzada, y ahora eres caporal de los propietarios.<br />
Mantienes el hato en orden, matas los bandidos, y cuando<br />
no te necesiten te despedirán.<br />
PÁEZ:<br />
-Me necesitan.<br />
Barbarita mira fijamente delante de sí, sin hacer caso de las caricias.<br />
BARBARITA:<br />
-Sólo mientras seas útil. A mí me desprecian porque no soy<br />
tu esposa, y a ti porque no naciste propietario. Los conozco,<br />
Teté.