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Clifford D. Simak - Edocr

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Grant movió afirmativamente la cabeza.<br />

—Y mientras estaba allí en el jardín, se me acercó un hombre. Uno<br />

de los vagabundos de<br />

los cerros. ¿Conoce usted a esos vagabundos?<br />

—Naturalmente —dijo Grant.<br />

—Bueno, este hombre se me acercó. Un joven desenfadado, que<br />

se movía como si en el<br />

mundo no hubiese problemas para él. Se detuvo, y miró por encima<br />

de mi hombro; me<br />

preguntó de qué se trataba.<br />

“El motor de una nave del espacio”, le dije. El hombre se inclinó y<br />

tomó el proyecto, y yo<br />

le dejé. Al fin y al cabo, ¿para qué esconderlo? El hombre no podía<br />

entender nada, y de<br />

cualquier modo el plano no servía.<br />

“Y al rato el hombre me devolvió el plano y señaló un punto con el<br />

dedo. “Ésta es su<br />

dificultad”, me dijo. Y luego dio media vuelta y se alejó. Y yo me<br />

quedé allí, mirando cómo<br />

se iba, demasiado sorprendido para decir una palabra o llamarlo.<br />

El viejo, sentado en la cama, miraba fijamente la pared, con el gorro<br />

de dormir<br />

curiosamente torcido. Afuera el viento corría ululando por los aleros.<br />

Y en la habitación<br />

bien iluminada, parecía haber sombras, aunque Grant sabía que no<br />

las había.<br />

—¿Logró encontrarlo alguna vez? —preguntó.<br />

El viejo sacudió la cabeza.<br />

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