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Clifford D. Simak - Edocr

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La sombra gimió, gimió y maulló retrocediendo y buscando con<br />

frenéticas manos<br />

mentales los símbolos de la huida en su confuso cerebro.<br />

El viejo cuarto estaba vacío, vacío y lleno de ecos. Era un cuarto<br />

que recogía el rechinar<br />

de la puerta y lo llevaba a apagadas lejanías y lo devolvía como un<br />

grito. Un cuarto<br />

cubierto por el polvo del abandono, con el silencio reflexivo de<br />

siglos sin objeto.<br />

Jenkins, inmóvil, con el pestillo en la mano, sondeó delicadamente<br />

con la maquinaria<br />

nueva que era su cuerpo los rincones y las cámaras oscuras. No<br />

había más que silencio,<br />

polvo y oscuridad. Ni el más leve temblor de un residuo de<br />

pensamiento, ni huellas en el<br />

suelo, ni huellas digitales en la mesa.<br />

Una vieja canción, una canción, increíblemente vieja... una canción<br />

que ya era vieja<br />

cuando lo habían forjado, se alzó de algún rincón de su cerebro. Y<br />

le sorprendió que<br />

estuviese todavía allí, que la hubiese conocido alguna vez, y se<br />

angustió ante el torbellino<br />

de siglos que había conjurado, con el recuerdo de las casas blancas<br />

y ordenadas que se<br />

habían alzado en un millón de colinas, ante el pensamiento de los<br />

hombres que habían<br />

amado sus hectáreas y se habían paseado por ellas con tranquila<br />

seguridad de<br />

propietarios.<br />

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