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Clifford D. Simak - Edocr

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Y no ocurrió nada. Absolutamente nada. Nada cambió en su mente.<br />

Ninguna sensación<br />

de caída, ningún vértigo. Nada.<br />

De modo que había fracasado. No había más que hacer. El juego<br />

había concluido.<br />

Abrió los ojos y la colina era la misma. El sol brillaba aún, y el cielo<br />

era un huevo de<br />

petirrojo.<br />

Inmóvil, tieso, en silencio, sintió que los otros lo miraban.<br />

Todo era como antes.<br />

Excepto...<br />

Había una margarita donde antes asomaba una florecilla roja de té.<br />

A un lado se extendía<br />

una pradera. Y antes de cerrar los ojos no había praderas.<br />

—¿Eso es todo? —preguntó la joven de la risita, claramente<br />

desilusionada.<br />

—Eso es todo —dijo Jenkins.<br />

—Ahora podremos probar los arcos y flechas —dijo uno de los<br />

jóvenes.<br />

—Sí —dijo Jenkins—, pero tened cuidado. No os apuntéis entre<br />

vosotros. Es peligroso.<br />

Peter os enseñará.<br />

—Desempaquetaremos el almuerzo —dijo una de las mujeres—.<br />

¿Has traído tu cesta,<br />

Jenkins?<br />

—Sí —dijo Jenkins—. La tiene Esther. La tenía en sus brazos<br />

mientras jugábamos.<br />

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