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Clifford D. Simak - Edocr

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Ebenezer trató de levantarse, trató de arrastrarse por el piso, pero<br />

tenía los huesos como<br />

de goma, y en vez de sangre, agua. Y el hombre estaba<br />

acercándose, a grandes pasos.<br />

Vio cómo se inclinaba hacia él, sintió unas manos fuertes bajo su<br />

cuerpo, comprendió que<br />

lo levantaban. Y el aroma que había sentido desde la puerta —el<br />

aroma todopoderoso y<br />

divino— era más fuerte aún.<br />

Las manos lo apretaron contra el curioso tejido artificial que el<br />

hombre llevaba en vez de<br />

piel, y una voz le cantó. No eran palabras, pero tranquilizaban.<br />

—Así que has venido a verme —dijo luego Jon Webster—. Te<br />

escapaste y has venido a<br />

verme.<br />

Ebenezer afirmó débilmente con la cabeza.<br />

—No está enfadado, ¿no? No se lo va a decir a Jenkins.<br />

Webster sacudió la cabeza.<br />

—No, no se lo diré a Jenkins.<br />

Se sentó, y Ebenezer se tumbó en su regazo, mirándole la cara,<br />

una cara de líneas<br />

fuertes que el resplandor de las llamas hacía más profundas.<br />

131<br />

La mano de Webster se alzó y frotó la cabeza de Ebenezer, y<br />

Ebenezer se estremeció de<br />

felicidad perruna.<br />

—Es como volver al hogar —dijo Webster, que no le hablaba al<br />

perro—. Es como haber<br />

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