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Clifford D. Simak - Edocr

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Las hormigas estaban tirando de carros. Y había chimeneas,<br />

chimeneas que arrojaban<br />

unas bocanadas diminutas y acres de un humo que hacía pensar en<br />

metales fundidos.<br />

Excitado, latiéndole las sienes, Grant se agachó junto al nido, con<br />

los ojos fijos en los<br />

carros que pasaban por los caminos abiertos entre las hierbas.<br />

Carros que iban vacíos,<br />

carros que volvían cargados, cargados con semillas y los cuerpos<br />

desmembrados de<br />

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algunos insectos. ¡Carros minúsculos que saltaban y traqueteaban<br />

tirados por unas<br />

hormigas con arneses!<br />

La cúpula de vidrio que en otro tiempo había cubierto el nido estaba<br />

allí, pero rota. Y<br />

nadie había pensado en repararla. Era como si ya no tuviese<br />

ninguna utilidad, como si<br />

hubiera servido para algo que ya no existía.<br />

El lugar estaba cubierto de malezas, y la tierra quebrada descendía<br />

hacia el río. En<br />

algunos lugares asomaban las hierbas; en otros se alzaban unos<br />

robles corpulentos. Un<br />

lugar apacible donde era difícil creer que hubiese sonado otra voz<br />

que la del viento en las<br />

cimas de los árboles y las vocecitas de los pequeños animales, que<br />

se arrastraban por<br />

senderos ocultos.<br />

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