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Clifford D. Simak - Edocr

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—No, Oscar. Ella lo quiso así. Es como apagar una vida y<br />

comenzar otra. Estará ahí, en<br />

el Templo, dormida durante años, y vivirá una nueva vida. Y la suya,<br />

Oscar, será una vida<br />

feliz. Pues ella así lo habrá planeado —recordó otros días en esta<br />

misma habitación—. La<br />

señorita Sara pintó este cuadro, Oscar. Le dedicó mucho tiempo,<br />

tratando con mucho<br />

cuidado de expresar lo que quería. Solía reírse de mí y decir que yo<br />

también estaba en el<br />

cuadro.<br />

—No lo veo a usted, señor —dijo Oscar.<br />

—No, no estoy. Y sin embargo quizá estoy. O parte de mí. Parte de<br />

ese lugar de donde<br />

vengo. Esa casa del cuadro, Oscar, es la mansión de los Webster<br />

en Norteamérica. Y yo<br />

soy un Webster. Pero estoy muy lejos de esa casa, muy lejos de los<br />

hombres que la<br />

construyeron.<br />

—Norteamérica no está tan lejos, señor.<br />

—No —dijo Webster—. No tan lejos en kilómetros. Pero lejos en<br />

otros sentidos.<br />

Webster sintió el calor del fuego de la chimenea, que llegaba hasta<br />

él.<br />

125<br />

Lejos, demasiado lejos, y en el peor sentido.<br />

El robot se movió suavemente, casi resbalando sobre la alfombra, y<br />

dejó la habitación.<br />

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