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Clifford D. Simak - Edocr

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—¿Robar? —preguntó Joe—. Creo, Tyler, que le han informado<br />

mal. Me la llevé para<br />

corregirla. En su estado original era inservible.<br />

—Y eso se le ocurrió seguramente tan pronto como puso las manos<br />

en ella —dijo<br />

Webster, inexpresivo—. ¿Qué estaba esperando? Si nos la<br />

hubieran ofrecido, habríamos<br />

comprendido en seguida que ustedes estaban con nosotros, y<br />

hubiésemos cooperado.<br />

Habríamos retirado los perros, y los hubiéramos aceptado.<br />

—Es gracioso —dijo Joe—. Nunca pareció preocuparnos que nos<br />

aceptasen o no.<br />

Y volvió a oírse aquella risa, la risa de un hombre que se bastaba a<br />

sí mismo, para quien<br />

los esfuerzos de la comunidad humana eran una broma increíble.<br />

Un hombre que andaba<br />

voluntariamente solo, que veía en la raza humana algo divertido,<br />

quizá un poco peligroso,<br />

y más divertido aún porque era peligroso. Un hombre que no<br />

necesitaba la hermandad de<br />

los hombres, que rechazaba toda hermandad como algo gracioso,<br />

patético, similar a las<br />

sociedades de fomento del siglo veinte.<br />

—Muy bien —dijo Webster con un tono cortante—. Tenía la<br />

esperanza de que nos<br />

ofreciese usted alguna especie de pacto, la posibilidad de una<br />

conciliación. No nos<br />

gustan las cosas tal como están. Al contrario, nos gustaría que<br />

cambiasen. Pero depende<br />

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