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Clifford D. Simak - Edocr

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—Oh, vamos —dijo Towser, y aún estaba diciéndolo cuando echó a<br />

correr.<br />

Fowler lo siguió, probando sus piernas, probando la fuerza de este<br />

cuerpo nuevo, un<br />

poco desconfiado al principio, asombrado en seguida, corriendo<br />

luego con una alegría<br />

vivaz que parecía identificarse con la tierra purpúrea y roja, y el<br />

humo flotante de la<br />

llanura.<br />

Mientras corría, tuvo conciencia de la música que venía hacia él,<br />

una música que le<br />

golpeaba en el interior del cuerpo, que se alzaba en su interior, que<br />

le daba alas de plata.<br />

Una música que parecía descender del campanario de una colina<br />

en una soleada<br />

primavera.<br />

A medida que se acercaba al acantilado, la música crecía y crecía,<br />

y llenaba el universo<br />

con un rocío de sonidos. Y Fowler sintió que la música venía de la<br />

cascada del<br />

acantilado.<br />

Aunque no era agua lo que caía, sino amoníaco; y el acantilado<br />

blanco era de oxígeno<br />

sólido.<br />

Se detuvo de pronto, junto a Towser. La cascada estalló en un arco<br />

iris de cientos de<br />

colores. Cientos, sí, literalmente; pues no se trataba solamente de<br />

los colores primarios y<br />

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